viernes, 23 de enero de 2009

Moennas

Hay 4 evangelistas,
4 fantásticos
4 jinetes del Apocalipsis...

4 puntos cardinales,
4 estaciones de Vivaldi,
4 años para el bisiesto...

y de un tiempo a esta parte,
4 moennas.


K, la niña biónica, es una vieja conocida de estas goteras.
Olvidados ya sus años de esclavitud a unos vidrios tallados, se pasea con gracia y salero radiografiando todo lo que se le pone a tiro, pues esos ojos cibernéticos que el cirujano le ha dado dan para eso y mucho más.
Tímida hasta no poder más y lectora voraz de todo lo que aparece escrito sobre papel blanco, reciclado, maché, couché, etc., sería capaz de ir al scriptorium de Auster para decirle lo poco que le gustó el libro; o de viajar en el tiempo y perseguir al pobre Joyce para que le firmara su retrato de los dublineses.
Como buena cangreja, acostumbra a caminar de lado sobre todo en los días de julio. Como me la quiero mucho y soy incapaz de no imitarla, yo hago lo mismo y me voy de lado durante los junios.
Toda ella es poesía; y aunque a veces sus versos no encajan en la métrica racional de M (prosa hasta la muerte) o en el mar emocional en el que transciende T, hay que reconocer que se complementan a las mil maravillas.


T es un caso particular. Adicta a la música de los Secretos, a las muestras gratuitas de perfumes, a las faenas domésticas (su especialidad es la plancha de todo un mes), a no querer cumplir años cada fin de año, a las sesiones de limpieza de cutis con su esteticien favorita, a poner en práctica cada nuevo sistema de adelgazamiento que aparece en el mercado por su obsesión a perder kilos a diestro y siniestro….
Adicta a todo eso y últimamente a las pelis de James Bond pues está convencida que no ha nacido todavía varón que pueda superar en porte y estilo el cuerpazo de Daniel Craig, el tío al que mejor le queda tanto un traje como un sportwear. Yo coincido con ella pero me quedaría primero con Steve McQueen, no sin antes pelearme con K.


M, la niña del gas mostaza, sigue amenizando las reuniones del cuarteto calavera con escapes radiactivos, a veces controlados y otras sin previo aviso, pero con premeditación y alevosía.
Hace gala de unas magníficas lorzas adosadas a su escultural figura para protegerse de los ataques indiscriminados que, a veces, suele padecer de sus alumnos asilvestrados de la ESO.
Como buena versión femenina de Loquillo que es (aunque sólo en la pose), se torea a los violentos del instituto y a sus padres con una chulería tan descarada que le ha servido para convertirse en la jefa de los pasillos y de los turnos de patio.
Lejos quedan ya los años en que lucía ensaimadas y moñetes en su testa, a lo princesa Leia. ¡Qué tiempos aquellos!


Para el final, la que suscribe. Con un nombre como el de Tara no se pueden esperar grandes milagros y mis amigas lo saben. De ramalazos adrenalínicos extremos y acompañada en todo momento por un señor alemán que me esconde las cosas, me dedico a achicar agua constantemente de mi azotea para evitar los malos olores y la herrumbrosa humedad.
Pergeñar este blog constituye una gran hazaña personal que me gusta compartir con todo aquel que se lo merece: las moennas, el señor alemán (no queda otra), mis hijos de 80 años, los de la terapia de grupo de la tarde, los fans que me siguen de after en after para verme actuar de gogó, la yaya Marisca y familia, etc., etc., etc.
-------------------
Dicho lo cual, alguien malintencionado y enfermo nos podría comparar con las 4 hembras de “Sexo en New York”, más que nada por aquello de la belleza superficial y el dichoso 4. Pero les estaría haciendo un flaco favor a las americanas pues nos diferenciamos de ellas en dos aspectos esenciales: primero, no somos adictas al Manhattan, nos tira más la clara o el vino; y segundo, no somos adictas al sexo pero sólo por una cuestión de falta de buenas oportunidades.
La única que lo tiene un poco mejor es M pues cohabita con un homo ibericus autóctono bastante apañaete que la comprende y sobrelleva lo mejor que puede… ¡y por un módico precio!

jueves, 15 de enero de 2009

A la sombra del corazón

Las técnicas digitales aplicadas a la medicina transforman una insípida radiografía torácica en una aurora boreal de vivos colores.
Reflejos azulones, magentas, verdosos... van recorriendo los latidos del corazón. Y el repique de tambor que recibe el ordenador, sale disparado a través de los altavoces con una voz ronca, casi cazallosa, que hace vibrar de sorpresa hasta al más pintao.

Pero un ecocardiograma también te puede desvelar qué vive a la sombra del astro rey.
La paciente, tumbada en la camilla y agena al festival de luz y de color, tiene suficiente con no marearse y dejarse toquetear. Pero el espectador que asiste por primera vez al espectáculo se queda muerto al descubrir aquella figura, en cuclillas y siempre de gris marengo, que le mira con rostro cansado desde el monitor.


Me estás viendo pero no crees en lo que ves, ¿verdad?. Normal.
Lo cierto es que me dejo ver muy de tanto en tanto, y que hoy me has pillado de casualidad.
Aprovecho la vigilancia de los médicos para tomarme un respiro y descansar unos segundos.
Si fuera tú, me fumaría un Ducados pero aquí dentro no se puede, los pulmones han prohibido fumar a todo kiski.

La cara de alucine te delata, quieres saber quién soy pero no te atreves a preguntar porque el radiólogo te echará de la habitación. Y como lo sabes y no te quieres arriesgar, sigues mirándome con ese careto de paisaje.
Quiero que sepas que me has descubierto porque, igual como le sucede a la luna, yo vivio a la sombra del corazón, y las luces del ecocardio han delatado mi posición.
No me puedo presentar, no tengo nombre, pero sí un trabajo fijo: me aseguro de que la máquina no se pare nunca. Y te aseguro que a veces es difícil aguantar tanta presión.

En 80 años tu madre ha hecho de todo, y hemos estado ahí, ayudándola.
El colesterol y la diabetes han dilatado su corazón y el curro se ha multiplicado infinitamente, pero aguantamos como jabatos (en mi caso más, claro).
En adelante la cosa se complica: eso de tener a una niña perezosa y caprichosa encerrada en el cuerpo de una anciana muy estropeada, va a ser difícil de gestionar... ¡Qué te voy a contar a tí que no sepas ya!
En fin, aquí seguiré, no sufras.

Y ahora te dejo, el deber me llama.
Un placer haberte conocido.

¡Vamos nena, se acabó la juerga!

martes, 6 de enero de 2009

Marina

Mi amigo Óscar es uno de esos príncipes sin reino que corren por ahí esperando que los beses para transformarse en sapo. Lo entiende todo al revés y por eso me gusta tanto. La gente que piensa que lo entiende todo a derechas hace las cosas a izquierdas, y eso, viniendo de una zurda, lo dice todo. Me mira y se cree que no le veo. Imagina que me evaporaré si me toca y que, si no lo hace, se va a evaporar él. Me tiene en un pedestal tan alto que no sabe cómo subirse. Piensa que mis labios son la puerta del paraíso, pero no sabe que están envenenados. Yo soy tan cobarde que, por no perderle, no se lo digo. Finjo que no le veo y que sí, que me voy a evaporar…


Carlos Ruiz Zafón. Marina. Barcelona: Edebé, 2003. 286 pág.

jueves, 1 de enero de 2009

Concierto de año nuevo



Cierro los ojos un instante y regreso de nuevo a tu lado, en la Musikverein.
Fila 5, butaca 4. You know?

Si rebobino la cinta de video de aquel día puedo verme emocionada, como una cría con zapatos nuevos. Devorando con la mirada cada detalle, cada rincón de la sala dorada, dando gracias al destino por dejarme ser tan feliz durante unas horas. No hay mayor dicha en el mundo que hacer realidad tus sueños y, ese día, yo taché uno de mi lista particular.

Después del Vals del Emperador, una polca; y, sin apenas respiro, un aria, para lucimiento de la soprano que, tras un escote de vértigo, derrama su voz de oro. Notas doradas que van salpicando las butacas de platea como una lluvia de bello sonido que empapa pero no moja.

En mi regazo, el programa de mano, el testigo que me hizo tocar de nuevo con los pies en el suelo.
Detrás de aquella mano extendida, tu gesto de bienvenida. El toque grisáceo de tu mirar y una leve sonrisa daban el valor suficiente a tu espíritu para no salir huyendo.
Thank you very much!
That’s ok.


Tras los aplausos, la voz de José Luis Pérez de Arteaga me devuelve al sofá de mi casa como si el televisor me hubiera escupido desde sus entrañas.
¿Qué hago aquí vestida de Sybilla? ¿Por qué los zapatos de tacón, el oro blanco de los pendientes, el anillo de Swarovski?
Justo cuando suenan los primeros compases de la Marcha Radetzky, con el redoble del tamborilero señalando la salida a escena del director, me doy cuenta de que aún tengo en la mano tu programa.
Aturdida, clavo mis ojos en la tele porque de ella espero la respuesta a este enigma que me apresa. Y en un barrido, te localizo, entre la colonia de japoneses que abarrotan el lateral de la derecha. Das palmas para seguir el ritmo y, a tu lado, mi silla está vacía.
No puede ser, debo regresar a mi cuento de hadas antes de que me eches en falta.
El corazón late desacompasado, doloroso, como luchando con la percusión y los violines.
¿Y si volviera a cerrar los ojos? ¿Podría obrarse de nuevo la magia de Strauss?
Me conformaría con reencontrarte el año que viene, el mismo día, a la misma hora.


Espérame, no te olvides de mí.