martes, 27 de septiembre de 2011

Agua-0 b/n


No siempre llueve a gusto de todos.
No siempre.


Algunas veces la borrasca de la fortuna hace saltar los cielos; y aunque te conformarías con un simple aguacero, te adjudican el diluvio entero y ahí te las compongas.
Otras veces, el destino te hace contorsionista amateur, te empuja a subirte a los tejados y a otear el horizonte cúbico y puntiagudo que cae más allá de tu red de seguridad.




Duraste en su boca lo que un trago amargo.
Y su piel te guardó fidelidad durante la cuenta atrás de una mecha apenas encendida.
Sin embargo, su cabeza, ciega equilibrista en este mundo al revés, no te olvida. No puede hacerlo.


Al caer a su lado, curtió tus arrugas de hombre en su propia memoria, reservando para cada surco una esperanza. Carisma tostado al sol en una isla perdida, en un safari africano o en el mar angosto de los antiguos.
Porque si no fuera tan complicado ella perdería el interés.
Y atado así el hilo invisible del deseo, vuestro número circense se desglosa entre miradas consentidas, permeables a la cosecha primaveral de un instinto.






La salida del arco iris, en su sabiduría infinita, contornea los arabescos del intelecto para dejarte de seguido respirar, más allá del acantilado arenoso y movedizo donde te colocó el amor de aquel día…

lunes, 12 de septiembre de 2011

La noche


“Amo la noche con pasión. La amo, como uno ama a su país o a su amante, con un amor instintivo, profundo, invencible. La amo con todos mis sentidos, con mis ojos que la ven, con mi olfato que la respira, con mis oídos, que escuchan su silencio, con toda mi carne que las tinieblas acarician. Las alondras cantan al sol, en el aire azul, en el aire caliente, en el aire ligero de la mañana clara. El búho huye en la noche, sombra negra que atraviesa el espacio negro, y alegre, embriagado por la negra inmensidad, lanza su grito vibrante y siniestro.
El día me cansa y me aburre. Es brutal y ruidoso. Me levanto con esfuerzo, me visto con desidia y salgo con pesar, y cada paso, cada movimiento, cada gesto, cada palabra, cada pensamiento me fatiga como si levantara una enorme carga.
Pero cuando el sol desciende, una confusa alegría invade todo mi cuerpo. Me despierto, me animo. A medida que crece la sombra me siento distinto, más joven, más fuerte, más activo, más feliz. La veo espesarse, dulce sombra caída del cielo: ahoga la ciudad como una inaprensible e impenetrable, oculta, borra, destruye los colores, las formas; oprime las casas, los seres, los monumentos, con su tacto imperceptible.
Entonces tengo ganas de gritar de placer como las lechuzas, de correr por los tejados como los gatos, y un impetuoso deseo de amar se enciende en mis venas.
Salgo, unas veces camino por los barrios ensombrecidos, y otras por los bosques cercanos a París donde oigo rondar a mis hermanas las fieras y a mis hermanos, los cazadores furtivos.
Aquello que se ama con violencia acaba siempre por matarle a uno.”
[…]
“Mientras bajaba por los bulevares, miraba sobre mi cabeza el río negro y lleno de estrellas recortado en el cielo por los tejados de la calle, que se curvaba y ondeaba como un auténtico torrente, un caudal rodante de astros.
Todo se veía claro en el aire ligero, desde los planetas hasta las farolas de gas. Brillaban tantas luces allá arriba y en la ciudad que las tinieblas parecían iluminarse. Las noches claras son más alegres que los días de sol espléndido.”
[…]
“Y las bombillas eléctricas, semejantes a lunas destelleantes y pálidas, a huevos de luna caídos del cielo, a perlas monstruosas, vivas, hacían palidecer bajo su claridad nacarada, misteriosa y real, los hilos de gas, del feo y sucio gas, y las guirnaldas de cristales coloreados.”


Guy de Maupassant. La noche

(En Italo Calvino. Cuentos fantásticos del XIX (vol. II). 4ª ed. Madrid: Siruela, 2000. 311 pág.)

viernes, 2 de septiembre de 2011

Domestic affairs

Tengo un conocido que, en sus ratos libres, hace de bombero.
No hace mucho desayunamos con cava y revolvimos viejos tiempos, de aquellos que yacen con cierta pátina de polvo más allá de nuestras últimas conquistas memorísticas.



De entre esos arcanos recuerdos destaca sobre todos el que atesora la jornada de nuestro descubrimiento mutuo.
Me había quedado sola en casa (el marido y los hijos que NO tengo habían salido a comer palomitas y visionar una película), y me dio por darme un baño espumoso con sales de las que vienen en elegantes frasquitos de porcelana, rodeada de velitas made in IKEA.
Entré en el agua contracturada y emergí botticelliana (hace una eternidad –o dos- que no tengo abuelas).
Había dejado la toalla y la ropa en el dormitorio ex profeso, me hacía ilusión ir dejando mis huellas por todo el piso, como un reguero sensual de… de… no sé, ya se me ocurrirá algo…


En definitiva, que después de darme semejante homenaje acuático, me pasearía desnuda y sería feliz.
Pero siempre hay un pero, y en este caso mayúsculo.
ME QUEDÉ ENCERRADA EN EL BAÑO.
El pomo del otro lado de la puerta se había separado por completo del de mi lado y cuando fui a abrirla me quedé con la maneta en la mano y oí caer la otra al suelo.
En esta situación son importantes dos cosas: disponer de una más que aceptable función pulmonar y gozar de la atenta mirada de una vecina fisgona. Quien tiene eso y cuerdas vocales para proclamarlo a los cuatro vientos, tiene un tesoro.



En mi caso, Manoli, mi cotilla particular, llamó a los bomberos para que me echaran una mano, o las que yo hubiera de menester; y en un periquete sentí el estrépito de la cancela de casa al morir reventada, y los pasos apresurados de varios uniformados con manguera a cuesta.
[que esto último es un mito lo sabe todo el mundo pero más vale pecar de ingenuo que de sabiondo]


La puerta del baño era el cortafuegos de un bunker aunque nadie lo sospechaba y yo menos que hace que vivo aquí, uffff, ni sé el tiempo. Pero a ambos lados de esa férrea muralla nos pusimos a trabajar con ganas.
[Aquí sólo cuento mi parte, si acaso otro día le pido a mi amigo que explique su versión de los hechos]
Pues bien, encerrada y desnuda como estaba, medio asfixiada por el olor a cera candente y sin la ocurrencia de abrir la ventana para dar entrada al H2O, mi cabeza sólo podía procesar la imagen indefensa y no muy presentable (que todas en estas circunstancia no vemos más que michelines, pieles de naranja y zonas enrojecidas) de una protagonista de chiste.




- Tranquila, estamos aquí para ayudarte, en un segundo te sacamos. ¿Estás bien?
- De fábula, pero dadme más tiempo, que con un segundo no tengo ni para empezar.


Sin cortina ni alfombrilla en las que enrollarme como vulgar matahari, opté por desarrollar mi vena egiptóloga.
No podía extraerme las vísceras, ni disponía del equipo médico esencial ni era estrictamente necesario, además la idea era seguir viviendo fuera de allí. Así que me momifiqué a duras penas con las vueltas mullidas del papel higiénico.

Con un top y un cinturón algo ancho podía pasar pero no era suficiente, necesitaba dignificar al máximo mi vergüenza por lo que me vendé la cara como si me hubieran hecho una reconstrucción facial dos días antes.
Para cuando cayó la losa que había provocado mi cautiverio, yo ya estaba más que preparada y, extendiendo los brazos hacia delante, eché a caminar. La mezcla entre “muñeca de famosa” y zombi apresuró a mi salvador quien me recogió entre sus brazos y provocó fracturas por doquier en mi frágil vestimenta.




Ahora nos reímos y me paso medio cita jurando al bombero que la del vendaje soy yo, mucho más recuperada con ropa y peinada que aquel día. Él hace ver que me cree y seguimos dando cuenta de la botella hasta que las burbujas hacen su efecto y volvemos otra vez a nuestras batallitas…








(le debía esto a mi amiga A desde hacía más de dos meses, espero que mi adaptación le haya arrancado alguna que otra sonrisa)