lunes, 28 de diciembre de 2009

Acústico-alternativo-amododeVillancico


No me gustan los villancicos. Y todos los años, por H o por B, me bombardean con miles de ellos.
Por esa razón, en esta navidad, me estoy dedicando más que nunca al rock y al funky.

Tengo un amigo que lleva casi una vida en esto de la música (el que aparece en el christmas) y que de tocar la guitarra sabe un rato, por eso le pedí que me regalara los oídos con algo diferente.
El resultado lo comparto con todos aquellos que, de vez en cuando, se pasean por esta azotea.
¡Espero que os guste!


domingo, 20 de diciembre de 2009

Un año en el paraíso


“No hace falta que recuerde la jugada, supongo que todos la tenéis en mente. Alves sube la banda derecha, mete el centro, le cae a Samu y a partir de ahí llega el momento más importante de mi vida. Recibí el balón de Messi. No le pegué con el empeine ni con la puntera ni con el interior del pie. Le pegué con el corazón. Con toda mi alma. El destino quiso que el balón fuera justo allí, donde tenía que ir, con un efecto de dentro afuera que hizo que Petr Cech no lo pudiera detener. De ahí en adelante, todo se volvió borroso, como en un sueño. Os lo juro. No sabía bien dónde estaba y no paraba de ver gente loca a mi alrededor, saltando. Recuerdo a Bojan, Leo, Víctor… Todos saltaron encima de mí. Hasta los de la grada saltaron al campo. Fijaos si enloquecí que, cuando corría hacia el córner, incluso llegué a quitarme la camiseta, cosa que no hago nunca. No creo que haya muchas fotos mías en el campo sin camiseta. No acostumbro a celebrar nunca nada así, pero ese día me salió. Creo que el árbitro lo vio y me enseñó la cartulina amarilla, pero tampoco me hagáis mucho caso. En aquel momento me daba igual todo. Era la mejor noche de mi carrera. El mejor momento de mi vida.”

Andrés Iniesta. Un año en el paraíso. Badalona: Ara Llibres, 2009. 119 pág. (edición de Sique Rodríguez y Dani Senabre)

domingo, 13 de diciembre de 2009

Celdas

A los pocos días de destaparse todo, la Jove (una insigne conciudadana de la meseta igualadina) me escribió un correo electrónico porque se dio cuenta de mi vinculación en toda esta trama de intereses urbanísticos.
Santa Kemola, Valencia, Madrid,… incluso Igualada, pasando por la isla de Jersey.
Contactos y más contactos que se unían, a distancia, gracias a cm3 de cemento, tochos y mucho dinero.



El proyecto Cubics, sucesor de una residencia para la tercera edad. Para los nostálgicos, el 3 ha quedado sólo en el número de cubos a contemplar desde todos los rincones del panorama kemolense.


Santa Kemola, gracias a “su panal de rica miel” (el proyecto Cubics) y a nuestro exfantástico-yNObienPonderado-alcalde-man/guante, ha interesado al super-ocupado-juez-Garzón y ha dado la vuelta al mundo de la sinvergüencería más postmoderna.
Arquitectónicamente hablando, los romanos de Mussolini fueron los primeros en acometer la repetición sistemática de arcadas para sintetizar los espacios.
En mi pueblo, reinterpretando los esquemas coloristas de De Chirico, triplicamos los esfuerzos a base de metros y metros de cuadrados cegadores, desafiando a los cielos en alturas disonantes.


Palazzo della Civiltà del Lavoro (Roma), majestuoso en su simplicidad aparente y donde el sol irradia de una forma diferente, como no queriendo hacer sombra a la obra del duce.


Las comparaciones son odiosas. La estética poética de la obra fascista, encaramada teatralmente en una loma, renace en su influjo ante el amasijo de hormigón armado desplegado en Santa Kemola.
¿La cuadrícula inhumana es el nuevo paradigma para la vida urbana?
Y sin tener demasiado claro una respuesta convincente, me doy de morros con la cruda realidad en Bilbo.
Una mujer perdida en un mar de ojos de buey. Inmensidad gris en la que su figura se disuelve sin necesidad de remover con la cuchara tan anodina fachada.
Cuando las celdas de Cubics esten operativas se podrá ver a las gentes pegar su nariz y sus manos en los ventanales como peces sin aire en una pecera gigante.


Mañana de domingo, 10 y escasos minutos. Somos pocos los que transitamos el lateral de la ría, yo camino del Guggenheim; los otros, dios sabe. Y esta mujer, desorientada en tan temprana hora, que sale a pedir azúcar para su café descafeinado al vecino del segundo C, en bata pero sin rulos.


Y algunas voces de mi querida ciudad, sin afonía matadora aparente, han llegado a solicitar de forma seria y cabal el derrumbe de los tres pilares, alegando que van en contra de la voluntad del donante del terreno.
Pero, en mi modesta opinión…
Ahora que dicha parcela se ha vendido y subvendido más veces que las permitidas por el decoro legal y judicial de este nuestro país; ahora que el dinero se ha dilapidado en contratar mano de obra subcontratada, comisiones, estructuras prefabricadas, grúas, andamios, pintura blanca…
¿Ahora vamos a tirar abajo la obra?

jueves, 3 de diciembre de 2009

Tarta de chocolate


Ingredientes para Dios sabe cuántas personas:
- onzas y más onzas de chocolate negro
- kilos de azúcar en función del grado (moderado, normal o excesivo) de diabetes en sangre de los comensales
- centilitros de whisky, para alegrar la ingesta a cada cucharada

Presupuesto elevado, porque no hay que reparar en gastos... ¡total, pago yo!

Preparación:
emulsionar todos los ingredientes para conseguir una mezcla homogénea, capaz de endulzar los espíritus sumamente amargosos y aligerarles sus penurias sin perder, por otro lado, la compostura más austera.

Por obra y gracia de Sondrina, ¡un manjar de los dioses!



Fotografía: Precipicios en Marte

miércoles, 25 de noviembre de 2009

Máquinas de escribir


Paseando sin rumbo, por el gusto de hacerlo. Y en un rincón chiquito, al girar una esquina, una multitud de máquinas de escribir antiguas.
Orgía de teclas redondas con miles de grafías asentadas, mayúsculas y minúsculas, cifras y signos de puntuación.
Y yo con la nariz pegada en el escaparate, con una sonrisa tonta asomada al extremo de mis labios. Seguro que el señor de la tienda piensa... “Pobre criatura, tan grande y tan niña a la vez… ¡animalica!”.

Descorre el cerrojo y se apiada de mí, me salva.
Invitada a pasar, entro en otro mundo, negro reluciente y con olor a 3en1, y el antiguo empleado de la Olivetti me empieza a explicar una historia, la de todos aquellos artilugios para escribir.
Escucho con devoción mal disimulada que si una es americana, que si otra llegó la semana pasada de Alemania, en mal estado; esta otra, aunque no lo parezca, imprime boca abajo y luego hay que levantar el carro para ver el texto… y esta de aquí es para Braille.
Ingeniería de finales del s. XIX y primera quincena del XX.


Y la fascinación nos envuelve a ambos, al viejo profesor y a la joven alumna.
Pasión a dos bandas.
Y en una pausa le cuento que es una lástima vivir tan lejos, él en Bilbo y yo en Barcinona, pues le propondría una exposición para lucir aquellas andróminas mecánicas tan fabulosas. Y él se sorprende, no encuentra el típico acento catalán en mi dicción… se sonroja como un mozo y ríe avergonzado.
Al final, le preguntó por qué máquinas de escribir.
¿Y por qué no? Desde los 16 años, chica, ¡y no me canso!.



Y mientras escribo estas memorias antes de comer, en la Taberna de los mundos (http://www.delosmundos.com/), una pareja de infieles se toma una caña esperando para entrar al comedor.


corchetes[cómo disfrutaría JJ si estuviera aquí, con tanto mapa fantástico grabado en las paredes y tanto dragón alado enroscado entre islas y continentes de ensueño]cierro corchetes

Y suena el móvil del chico y ella le hace señas para que no diga que están juntos. Cuando acaba la comunicación, él, un poco enfadado, la riñe: “Que sea la última vez que me haces eso. No me avergüenzo de ti y no me escondo. Que mi vida es mi vida y yo sé lo que quiero para mí.”

Ahora los tengo comiendo al lado, ¡aupa los amores furtivos y tullidos!, porque nos falta el brazo derecho del muchacho.

martes, 17 de noviembre de 2009

De récord


El domingo 15 a las 11h. entro en el Guggenheim.
No tengo prisa, he venido a disfrutar de la exposción de Frank Lloyd Wright.

Zanganeo un rato por entre las esculturas de Richard Serra y dibujo con muy poca traza alguna esquina del edificio. Reconozco que disfruto retrasando el momento de acometer la segunda planta... ¡le tengo tantas ganas!


Y subo y...
leo, miro, admiro, releo, escucho, espío, me agacho, hablo sola, me contesto, sonrío [qué puñetero era el tío!!], camino, retrocedo una baldosa, me pongo de puntillas para asomarme a la maqueta, me siento, me levanto,...

como (en el propio museo), BEBO vino, bebo agua, escribo, hablo con el camarero, miro la hora, brindo con el guiri de la mesa de al lado, me embolingo (cómo está el Rioja, Dioooos!), hipo sólo un poco, HIP, pago con tarjeta,...
y haciendo eses, me meto en la tienda, hojeo libros, tropiezo con el escalón mamá, busco el catálogo, veo algo más sobre Wright, me acerco a la caja, rebusco otra vez la VISA, y cotizo una burrada x 3 libros...

dejo todo en consigna, visito el escusado (demasiado líquido en mi interior), y retomo la expo donde la había dejado....


Al final, me pasa lo de siempre: el museo cierra a las 20h. y me tienen que avisar cinco minutos antes porque sigo encaramada a la chepa del arquitecto.
Mi récord estaba en 5 horas en El Prado, nada comparable ya a las 9 horas con FLW (o sólo 8, siendo justos, porque la comida no cuenta, no?).

domingo, 8 de noviembre de 2009

Llamadas telefónicas


“Un apunte curioso: a Tony le encantaban las películas pornográficas y solía ir en compañía de Anne, a quien nunca antes, por supuesto, se le había ocurrido visitar un cine de este tipo. De las películas pornográficas le chocó el que los hombres siempre eyacularan afuera, en los pechos, en el culo o en la cara de sus compañeras. Las primeras veces sentía vergüenza de ir a esta clase de cines, algo que no parecía experimentar Tony, para el cual si las películas eran legales uno no debía sentir ningún tipo de pudor. Finalmente Anne se negó a acompañarlo y Tony siguió visitando estos cines solo. Otro apunte curioso: Tony era muy trabajador, más trabajador (de lejos) que cualquiera de los otros amantes que Anne había tenido en su vida. Y otro: Tony jamás se enfadaba, jamás discutía, como si considerara absolutamente inútil tratar de que otra persona compartiera su punto de vista, como si creyera que todas las personas estaban extraviadas y que era pretencioso que un extraviado le indicara a otro extraviado la manera de encontrar el camino. Un camino que no solamente nadie conocía sino que probablemente ni siquiera existía.”


Roberto Bolaño. Llamadas telefónicas. Barcelona: Anagrama, 1997. 204 pág.

sábado, 31 de octubre de 2009

Enamoramiento bibliotecario

Ayer me salté la condicional y acabé yendo a la biblioteca.
Cuando se lo cuente a mi agente de la terapia social no volverá a ser el mismo. Un sudor frío le recorrerá la espalda y le traspasará la camisa a la altura de las axilas. Es probable que también sufra de tartamudez nerviosa.
Y todo porque yo habré puesto mis lindos pies en tamaña institución, sin avisarle, traicionando su confianza y su buena fe.
Y además porque le prometí llevarlo conmigo en mi próxima visita.

Y todo porque está perdidamente y trágicamente enamorado de la bibliotecaria que ordena los libros en el carro de la planta baja, justo al lado de las revistas y los multimedia.


Yo a Celia la conozco desde aquel verano en que intenté hurtar, sin mucho éxito, las obras completas de O’Keefe, camufladas en el carro de la compra entre dos lenguados de playa. Al pasar por el arco me pitó todo, incluidas las agujas de hacer calceta que me había prestado la yaya Marisca para que probara de relajarme bajo un pino durante las vacaciones.
Celia se apiadó de mi obsesión compulsiva, aquella que me obliga irremediablemente a conseguir libros por cualquier método conocido y a atesorarlos en casa como oro en paño…
¡Suerte que llevaba el justificante del médico!

A raíz de aquel incidente, mi terapeuta supo de la existencia de la bibliotecaria y me hizo prometer que lo llevaría un día para poder conocer de primera mano el ambiente literario que por allí se gasta.
Para no violentarnos con el acto social, se me ocurrió ir en carnaval, el día de la rúa para ser más exactos, ataviados con nuestras mejores galas interestelares.



Para Celia aquello fue demasiado surrealista, eso de darle dos besos a la visera panorámica de un tipejo con casco no le pareció demasiado ortodoxo.
Por otro lado, fue una suerte que Ignatius, mi terapeuta, vistiera de aquella guisa. Se ahorró dar un montón de explicaciones deshonrosas sobre las mutaciones que experimentó su anodino cuerpo al enfrentarse a la tremenda Celia.
El bulto y la mancha que transfiguraron su entrepierna sucesivamente fueron achacados a su papel de astronauta, y no a una inoportuna erección de su miembro viril, sin actividad manifiesta (que se sepa) hasta dicha fecha.
Y es que el amor llega así, de esa manera, uno no se da ni cuenta…

Ahora no puedo ir a ver a Celia sin hacer sufrir a Ignatius porque me sabe mal no contarle mis tribulaciones con los libros.
Estoy pensando en presentarme con ella en su despacho para que los tres podamos sincerarnos, a riesgo de provocarle una apoplejía y fundirme al terapeuta.

sábado, 24 de octubre de 2009

Algo parecido al far west

Zipi y Zape, versión femenina, se pierden un día por el lejano oeste de Port Aventura sin más compañía que miles de pericos (dícese de los seguidores del RCD Espanyol) vestiditos de azul y algún que otro guiri trasnochado… y todo a finales de septiembre.
Do you remember, baby?


Tara y M
M y Tara
tanto monta
monta tanto


Que subiditas en los caballitos del far west tienen problemas con los estribos de sus respectivas monturas. Y con algún que otro niño repelente que intenta por todos los medios arrebatarles los corceles; pero las patadas van que vuelan y se abren camino, polvoriento camino, más allá del horizonte de casetas con peluches gigantescos.


Nadie dijo que la excursión no fuera a tener peligros y complicaciones.
Los vaqueros se van sucediendo en su viaje giratorio y el carrusel de caras, gritos, sombreros al aire enloquece a las dos petardas más de la cuenta.
La velocidad de la carrera desencaja sus bellos rostros, tostados por el calido sol de poniente, y arremolina sus largos cabellos en una fuga descontrolada de piojos anoréxicos.
Atrás quedaron sus bonitos vestidos de volantes, ahora las amazonas visten de tejano ceñido y apretado. Y sus ganas de apearse de este circo pues antes de emprenderlo se metieron un chute azucarero de mandarinas ácidas que les hizo parecer al feo de los Calatrava, sin tener muy claro su parecido razonable.

Pero toda historia que se precie tiene un final y el suyo acabó en el saloon de un pueblucho de mala muerte donde tipejos de toda raza y condición asaltaron a las dos mujeres, no sin antes invitarlas a un trago de zarzaparrilla bien fresquita.


Y toda esta sarta de tonterías para recordar la efemérides de hoy, la onomástica de la no bien ponderada “niña del gas mostaza”.

M… Congratulations!!!

sábado, 17 de octubre de 2009

Amasando fotos


Sondrina, inefable asistenta donde las haya, ha decidido ampliar horizontes apuntándose a un curso de fotografía experimental.
Pasarse las horas enteras disparando su cámara de estraperlo por las anchuras de mi hacienda, sin más oficio ni beneficio que 4 desenfoques obturados por la tierra del camino, no tiene precio.

Ayer se metió en la cocina y se dedicó a instantanear (la RAE se hace cruces, lo sé) la caída de un huevo sobre la harina.
En vez de amasar el pastel que prometió, arrasó con dos incautas docenas de cascarones.

Me niego a seguir costeando sus caprichos, que quede muy claro; pero, además, no acabo de verla en su nuevo rool de chacha-foto-reportera.
Quizás si practicara más con su novio (que para algo lo tiene) y menos conmigo (que me anda todo el santo día detrás, con el flash de los bemoles), le encontraría su gracia…

aunque fuera escondida en el interior de un botijo de cuello corto, vestida con mantilla y peineta en un tendido de sol, o si me apuras, de estriper en la comunión de sus sobrinos!!!

Fotografía: Cráter en Marte

sábado, 10 de octubre de 2009

Horizonte vertical


Bandah, la ciudad del perpetuo retroceso, donde las flores marchitas florecen incluso antes de nacer, no figura en las cartas de navegación al uso.
Aunque todo el mundo sabe, geógrafos y astrónomos incluidos, que la deriva de su faro recala al este del punto más noroccidental del planeta.
El sol bordea el horizonte conocido de su puerto en la hora baja, cuando comúnmente las nubes evaporan el agua de las tormentas.
Rara vez la luna intercede su tránsito pero cuando esto se produce, el rojizo elixir de la estrella se diluye en el firmamento y el blanco nuclear del satélite se abalanza a la conquista del anochecer.
Si llegando el ocaso, la intersección provocara un conjunto vacío, el reflejo de la luna traspasaría el oscuro mar y pernoctaría en él hasta el amanecer del día anterior.
Los pescadores de Bandah, supersticiosos desde su lecho de muerte, devuelven en esos casos el fruto de su esfuerzo a las redes para que puedan repartirlo en sucesivos días de ayuno y abstinencia.
Prácticas así sólo estimulan la holgazanería de los enclaves vecinos que ven cómo la ciudad a la contra se vacía de riquezas vanas.


Si pudiera plantar todo lo que tengo con el fin de conservarlo no viviría tranquilo pues los duendes redentores del señor más ufano del mundo arrasarían mis cosechas con la plaga enfermiza de la indiferencia.
Por ello, mi madurez se siente aliviada de cariño y contempla con desparpajo las puestas de luna desde el pasamanos que divide la escalinata del otoño.
La verticalidad del fenómeno me sorprende relativamente cada día menos. Pero los animales vivos, sensibles a los cambios sincronizados, están empezando a mutar sin sospechar la razón aparente.
Hace tiempo los filósofos consiguieron explicarnos el porqué de las mareas; seguro que los matemáticos, más versados en el arte de la naturaleza irracional, podrán descifrar el gran misterio evolutivo.
Para cuando lo hagan yo ya no estaré aquí, quizás sea una criatura de pocos meses o me haya enrolado en la marina de su majestad.
En cualquier caso, Bandah seguirá pareciéndome la ciudad más hermosa creada por los dioses más incautos del averno.
¡Palabra de rey enterrado!

sábado, 3 de octubre de 2009

Incomunica2


Julen abandonó el seminario hastiado de tanto manuscrito miniado. De regreso a la civilización, estuvo dos días vagando por calles y plazas sin encontrar un consuelo satisfactorio para sus dudas existencialistas. Tras la última misa de 8, se encerró en casa sin poder salir ni poder abrir una ventana por miedo a que las figuras escapadas de los textos latinos que solía leer, descubiertos por casualidad en los recodos de la nave central de la iglesia del Santo Poder, pudieran apresarlo y castigarlo por su renuncia a la causa miniaturista.


Yo todo esto lo sé porque me lo explicó Nicolás, el nieto Marisca, un día que apareció en casa rodeado de raíces cuadradas y quebrados de baja estofa.
Vino a buscar a Sondrina para ir al cine pero los subíndices lo atraparon en una espiral de contrariedades tan fuerte que ni aplicando automorfismos pudo despejar la incógnita que lo mantenía cautivo de su manual de estadística.
Yo creía que los entomólogos tenían suficiente castigo persiguiendo desriñonados a bichos de variado pelaje, con un cazamariposas como aliado. Pero, si doy credibilidad a lo visto hasta ahora, cualquier parecido con la realidad subyacente es pura perplejidad.


La misma que manifestó mi semblante al oir hablar de Julen porque yo lo asocié de inmediato con Johnny “cara topo”, mi vecino mariano, pues el otro día supe que se dedica a arrojar al mar mensajes de amor cifrados en escritura oriental, la mayor de las veces en japonés coloquial.
Alguien le tendría que explicar que lo único que consigue es joder el feng shui marino y, de paso, contaminar un poco más el planeta azul. La abuela que me lo relató está convencida que es el resultado de una contraindicación medicamentosa producida por la falta de opiáceos en su organismo celular.
Yo, la verdad sea dicha, cuando una señora de 90 años introduce ideas génicas e histológicas en una conversación de ascensor sufro en silencio porque la conversación puede desembocar en cualquier juicio de valor desmesurado tan difícil de corregir como las arrugas de expresión de un perro chou-chou.


Y sigo sufriendo cuando suenan de fondo los alaridos de dolor de un violín desafinado o de un clarinete ciego de sentido rítmico. Pero claro… ¿quién es el guapo que se pelea con cuatro corcheas bien avenidas? ¿Y cómo podemos estar seguros de lo que marcan tantos gramos de trazos negros?
Sucesiones de rayas en repeticiones pentagrámicas, amanidas de volutas aquí y allá que desenfocadas asemejan pequeñas gárgolas escupiendo venenoso elixir caído del cielo.
Al final será cierto eso de que algunos compositores estaban bendecidos con una gracia divina que sus congéneres no sabían ni podían entender sin beber previamente algo de absenta.
En 1700 y pico, en el estreno de uno de los numerosísimos conciertos de Händel, pasó algo extraordinario: al caer al suelo uno de los candelabros que iluminaban la sala, los oyentes, asustados, creyeron que se trataba de un milagro y comenzaron a proferir “¡¡Aleluyas!!”, perdiéndose el final de la obra.
Quizás Händel era uno de ellos, de los bendecidos digo.


Pero volvamos a Johnny porque yo me lo imaginaba más trasteando fórmulas químicas para mejorar los rendimientos de su maría que pergeñando misivas romanticotas para encandilar a futuras chatis de ojos rasgados.
Cloruro de sodio, tetrafloruro de istiína, benceno diluido en ¾ partes de magnesia con óxido destilado de helio líquido… compuestos nanoestructurados para la fabricación masiva de cannabinoides.

Así salían los egipcios como salían: todos medio de lado pero con manos y pies de frente, como para un frotis o un examen de restos de pólvora del CSI. Para que luego los expertos te convenzan de que no son ellos en realidad los que salen retratados en sus pictogramas, sino ideas y conceptos de una vida en el más allá. Jeroglíficos para intentar describir a su manera un futuro del que nadie habría regresado para atestiguar los aciertos o los errores de las previsiones más halagüeñas.
La comunidad científica internacional desquiciada por un trozo de piedra garabateada en tres escrituras diferentes, a cual más extravagante, para llegar a una conclusión salomónica.

En definitiva, signos y más signos, enlaces, raíces,… borrones caídos de un tintero con razón aparente pero desconocida para la gran parte de los mortales.
Voy a seguir bajando con esta señora tan simpática de 90 años hasta la portería porque le ha dado una lipotimia cerebral de tanto palique en soniquete y no tiene buena cara.

sábado, 26 de septiembre de 2009

Nada que hacer


"Bueno, al fin se convenció de que podía dejar los pollos y los puercos solos unas cuantas horas en la azotea y pasear con un hombre por los bajos. Aunque siempre pidiéndome que sus hijos no se enteraran. Ah, qué horror la gente seria. Había otro problema: las mujeres tan responsables siempre esperan demasiado de uno. Yo me di cuenta que ella aspiraba a algo más que a un buen palo de vez en cuando. Quería camelarme. Asar un pollito los domingos, invitarme a almorzar. Y probar suerte conmigo. Si me descuidaba, me engatusaba y tenía que ponerme a trabajar y a criar pollos junto a ella, bien aburrido todo el día, y de paso ayudándole a criar su prole. Eso no es para mí. Además, no me gustan las viejas. Para viejo yo. Mis cuarenta y cinco años me rinden por ochenta.
A Cusa se le puede dar un tarrayaso de vez en cuando. Y ya. Ella por su rumbo y yo por el mío. En definitiva, ya hace tiempo que dejé de escribir aquellos poemas candorosos en que les decía a las mujeres que las dejaba libres para que regresen a mí con el corazón a ciegas o naveguen en otra ruta. No. Ya todo eso pasó. Hace años que no espero nada. Absolutamente nada. Ni de las mujeres, ni de los amigos, ni de mí mismo, ni de nadie.
De todos modos, si de vez en cuando se hace un almuercito con un pollo asado y papas fritas, no voy a decir que no."




Pedro Juan Gutiérrez. Nada que hacer. Barcelona: Anagrama, 1998. 148 pág.

sábado, 19 de septiembre de 2009

Pass time_

En esta ocasión el tiempo no existe.
Las horas en el reloj sólo marcan el desayuno o la salida del pajarito.

Cifras sin la menor importancia.
Números digitales aleatoriamente dispuestos sobre la esfera del reloj, unidos o separados (según se mire) por los dos puntos.




El verano pasado en Austria el paso del tiempo lo marcaban los campanarios y los rizos de la chica sobrevolando los márgenes de la Lumix.
En Praha, ese mismo tránsito es invisible, apenas perceptible en el camino errante del astro sol.

Porque los ojos de ella viven permanentemente colgados de las cornisas. De gárgolas, de esgrafiados, de esculturas, de hierros forjados… todos ellos adosados a los edificios, confundidos en su epidermis entre manchas de humedad, ventanas abiertas y cañerías.
El mundo sólo existe de las copas de los árboles para arriba.


Este año han sido 1000 fotos, de las cuales, una infinitésima parte corresponden a vistas generales de la ciudad.
El resto son detalles. Detalles de un todo que no la contiene a ella, obstinada en mantenerse al margen para no molestar el discurrir de los acontecimientos.
Y todo adquiere una pátina de irrealidad tan sumamente desconcertante que, al repasar las imágenes en casa, nada le pertenece. Como si no hubiera sido ella quien hubiese apretado el gatillo de la cámara. Quizás si su rostro apareciese de vez en cuando sentiría como propias esas fotografías.




Volviendo al reloj…
Le costó conseguir la soga, el dependiente del Leroy Merlin praguense se resistía a venderle tantos metros.
Pero el resto fue fácil. Crecer entre vaqueros con espuelas le tenía que servir de mucho en algún momento de su vida.
Atrapadas las agujas y afianzados los nudos, sólo quedaba balancear las esferas para precipitar la caída en desgracia de los números.


El 0 rodó siguiendo el baile de las esferas.
Los cinco 1 desfilaron como soldados rasos, perdiéndose entre el gentío de la plaza.
Un 2 se fue con su par sin atender a razones; y el otro, cabreado, se retiró por el foro.
El 3 en forma de cruasán fue devorado por la dentellada certera de un viejo.
El triángulo del 4 se instaló en la fachada del ayuntamiento.
A regañadientes el 5 y más prosaico el 7 tuvieron una segunda oportunidad en la joyería, haciendo del 75% de descuento.
Infinitamente postergado, el 8 salió volando cual pajarita que emigra hacia tierras más cálidas.
9 y 6, unidos sus trazos, se fueron de cangrejo a otro zodíaco.


** Animación por ordenador del movimiento del reloj durante un año astronómico.

sábado, 12 de septiembre de 2009

Citas y más citas

En mis tiempos, era el chico el que tenía que pagar el billete de autobús y la entrada del baile...



Cuando alguno no me gustaba o no se había portado como yo esperaba, lo citaba en la parada del autobús y no me presentaba.
Me subía una parada antes y, al pasar por delante, me reía de él.
Y cuando no me pagaba el baile, me pasaba toda la noche bailando con sus amigos.
Ahora las mujeres habéis perdido la cabeza. O pagáis vosotras o a medias, ¿dónde se ha visto eso?
¡El hombre es el que debe conquistar a la mujer y el que tiene que aflojar los billetes!



Así de chula se explicaba mi madre el otro día. ¡Quién lo diría!
Y todo porque se me escapó que había quedado con un ex para tomar un café.
Pretendía que lo dejara plantado; que, teniendo en cuenta lo mal que habíamos terminado, no se merecía ni un minuto de mi estresado tiempo.
Pero la curiosidad pudo más que la maldad y me presenté de muy bien ver, porque sabía que ese detalle le molestaría más que una ausencia injustificada.

Lo que no me dijo mi madre es que, muy probablemente, esa cita sería un auténtico coñazo.
Y lo fue.
Cuando una persona se empeña en seguir viviendo de recuerdos y en crearse una realidad paralela con ellos, no puedes hacer otra cosa que concentrarte en tu granizado de limón (yo el café sólo por las mañanas, gracias) y procurar no desencajar el rostro al oir según qué sandeces.

Mi amiga M, prosa y realista a partes iguales, después de reirse a mi costa con el relato de tan fatigosa velada, me ha propuesto que escriba un libro sobre mis relaciones afectivas pero respetando el anonimato de mis partenaires.
Pero si lo acabo haciendo (porque el título ya lo tengo), no pienso encubrir a nadie. Además, me dirían que la culpa fue mía de todas formas.

domingo, 6 de septiembre de 2009

La del sexto

Se llama Lucy.
Como decía aquella… ¡Tanta Luchi, tanta Luchi, y se llama LuciAna!
¡¡Nooo!!

Se llama Lucy y es de dominio púbLico (también es válido sin la L). Pero en el vecindario se la conoce como “la del sexto”. Y no porque los edificios del barrio sean bajos o sólo haya un sexto piso entre todos, si no porque la muchacha tuvo un percance de larga distancia que la ha hecho merecedora de ese apelativo hasta que algún otro vecino pueda superar su marca.



El invierno pasado se hizo famosa de la noche a la mañana por recorrer 200 metros en menos de 9 segundos gracias a una técnica atlética que puede llegar a revolucionar el panorama internacional a nada que se conozca y practique más allá de las fronteras Santa Kemolenses… “la caída libre desde el sexto”.

Parece que no pero el frío extremo trae malas consecuencias y, en momentos difíciles, puede generarnos la necesidad de VOLAR hacia parajes mucho más apetecicles, climatológicamente hablando. Eso y la mezcla masiva de estupefacientes ilegales.
La criatura perdió pie en el balcón y voló en una carrera meteórica sin obstáculos hacia el suelo en un tiempo record.
En el impacto, eso sí, arrambló con todo: los setos, el muro de contención ante posibles riadas e inundaciones, otra vez los setos…
Cayó tan bien que pudo llamar a los colegas que la habían perdido de vista y a emergencias. ¡Una crack!


Hoy he recordado el episodio porque ha regresado de unas merecidas vacaciones en la isla blanca luciendo unas filigranas costureras de escándalo gracias a su escueto atuendo. Ni los bordados de mi tía Federica son tan ricos en matices como los que le hicieron los plásticos de Barcinona.
Además, ha vuelto con mascota incorporada. Se trata de un perro de peluche que ella pasea con cadena de cisterna antigua de WC como si los demás no viéramos que el pobre animal sufre de parálisis permanente.
Tengo entendido, para más INRI, que ambos dos han cerrado la temporada ibicenca desde los podiums más altos y selectos.

Yo, sinceramente, no acabo de entender cómo permiten la entrada de bichos a cuatro patas en las discotecas, con los cuadros que se montan aprovechando la escasez de cordura.

domingo, 30 de agosto de 2009

de nochE

El mundo se ha dispersado y me ha dejado a solas en la ciudad, con la luz cenital apagada.
Previendo la desbandada, el sol huyó hace horas por el oeste, como si llegara tarde a su cita diaria con la otra parte del planeta.
Y sobre el fondo del teatro negro se recrea la silueta amarillenta de los edificios, calidas sombras que desprenden el vaho del mediodía adormecido por el run run del río que fluye a sus pies.

Lentejuelas como luciérnagas que, de tanto mirar fijo por el visor de la Lumix, revolotean de aquí para allá cambiando la luz del enfoque.



Recorriendo la neblina de sus callejuelas, Praha se transforma en un laberinto, donde los pasos resuenan amortiguados.
Cuando llego a la siguiente bocacalle pienso que tropezaré con un espejo que me devolverá otra imagen completamente distinta a la precedente y que no podré seguir avanzando.
Sin poder retroceder pues sería darle demasiada ventaja al enemigo, restallo los adoquines a taconazos para prevenir a las sombras que me aguardan más allá del final.



Tenía el antojo de descorchar una bengala, de teñir de rojo la uniformidad encalada y de bañar en colorado los trazos blancos que dan nombre a la calle.
Sigo en Praha 1, en el centro del laberinto, en la parte oriental de la ciudad.
Me quedo fascinada por el juego de acentos que baila sobre las letras, checas todas y cada una de ellas, más antiguas que el escribir casi.


Al girar, otro humano… ¡qué extraño parece!
Y del árbol del paraíso se descuelga el pecado…

Serpiente electrificada, cargada de luz y de gente, repta sobre los raíles dejando los adoquines para las suelas de goma.
Vista y no vista.
Pero si te descuidas, ni que sea un instante, atraída por sus grandes ojos de fuego, cascabeles estallan por doquier para engullirte en el remolino de su estela.


Y no pasa el tiempo y ya son más de las nueve.
Es posible que en sordina repicaran las campanas de las iglesias hace un poco.
Pero resulta más romántico para el maltrecho cerebro perder el oremus bajo los candiles de gas y columpiar las pupilas en agujas bronceadas de verdín, esperando que a lo lejos y por el puente de Carlos, regresen los caballeros del fragor de la batalla…

domingo, 23 de agosto de 2009

Primeras instantáneas

Mucha y Kafka, mis dos alicientes en Praha.
Luego fueron muchos otros, a fuerza de patear esta joya que, como Kara Kortada (de Almodóvar), también tiene un tajo caudaloso, el Moldava, que la parte en dos.


Alfons Mucha (la ce-hache pronunciarla jota).
Modernismo.
Otro de sus carteles decorará mi humilde morada y ya van unos cuantos…


Kafka.
Paseos literarios que, para organizar a los enfervorizados turistas, empiezan en la plaza que lleva su nombre.
Como el centro del laberinto, aglutinando los pasadizos más inverosímiles, de noche y de día.


Si no eres de letras puras, parada obligada ante el reloj astronómico.
Y ya que pasas por delante, genuflexión para Einstein, colocado de perfil en una placa conmemorativa.
(Debeis buscar a la gente a las horas en punto, seguro que aparece en tropel).

Los viejos rockeros nunca mueren (mentira!!) y con los comunistas pasa algo parecido. Los han juntado a todos en un museo y montan raves a todas horas.
Los vecinos están que trinan.

Pero Praha es magnífica, concentrada en sí misma, cívicamente recorrida a diario por millones de pies y metros y metros de cables y raíles.
Más adoquines que en Roma, lo juro.


Sssschh!!!
Está haciendo un avión de papel.
Y que conste que esta vez sí me acordé de escribiros una postal.

lunes, 17 de agosto de 2009

Memorias del agua

El otro día me contaron…

… cómo de una fuente, en aquel tiempo surtidor incesante de reflejos efervescentes, y ahora caminante ralentizado por culpa de un reloj de sol, brotaban perlas translúcidas con sabor a sal.
El ingeniero francés la instaló en el extremo más alejado, en la parte más sombría del jardín, para que su monótono sonido rompiera el equilibrio de las trepadoras.
Cuando llegaron el sol y su reloj, el artilugio metálico, petrificado por el paso de los años, se aplicó a la tarea más difícil de este mundo: engarzar, uno a uno, los fugaces segundos en una joya nunca vista.





Platón ha caído.
La alfombra amortiguó el derrumbe de la caverna sin perturbar el descanso de los que, con pereza, practican la siesta.
Seguían en riesgo de precipitación otros insignes filósofos, acostumbrados ya, por otro lado, a levantarse y sacudirse el vestido sin mayores quejas.
Beatriz observó la caída desde su atalaya privilegiada. Sentada en la ventana abierta, la que da al exterior, con las piernas colgando por fuera del gabinete.


Las escasas flores que se atreven a competir con las enredaderas, lo hacen en esplendor sin entender demasiado bien por qué la humedad que transpira la fuente les pesa tanto.
Y el sol, ¿por qué no hace su trabajo?
Alguien podría pensar que Chronos lo mantiene hipnotizado en una cinta de Moebius infinitamente adorado por el resto de cuerpos celestes atrapados en su propio giro.
Como el sol al tiempo, así siguen las enrojecidas corolas atadas al agua.



Cuando llega la lluvia, Beatriz deja todo y se concentra en el arte milenario de verla caer del cielo. El jardín se convierte entonces en la percusión arrítmica de un eco furioso, el de los truenos más allá del follaje.
La fuente, indefensa ante la abundancia, se desborda lujuriosa sin reparar en la inundación que provoca. El surtidor central, inalterable, sigue escupiendo ráfagas contra la precipitación.


Extasiada, alarga la mano hasta sentir el roce de las gotas. Podría sumarlas y no se descontaría, así de lentas le parecen al tacto.
Sobre la palma, unos cuantos diamantes ruedan saltarines. Exhala sobre ellos un ligero suspiro y vuelan, en fila india, hacia el verde mojado de una planta.
Repican sobre las hojas y se produce el mismo efecto que al romperse un collar de perlas. Cuando se detiene el estrépito, las perfectas gotas talladas brillan otra vez al unísono, como si nada hubiera ocurrido en aquella bochornosa tarde de julio.
Para cuando el suelo luce empapado, ella ya siente frío.
La humedad de la tormenta se le ha metido dentro como si un espíritu la poseyera para robarle la tibieza de su frágil porte.



Addenda: dos notas manuscritas recuperadas al azar del gabinete, esa misma jornada. Diálogo de sordos entre Beatriz y su profesor, el señor Owens.

Mi querida niña, dos puntos: Tiene usted la desagradable virtud de irritarme, de sulfurarme incluso, de enfurecerme. Punto y aparte.
Compadezco al desafortunado caballero que, bendecido por su santo padre, el barón, acceda a casarse con vos, pues se convertirá en el más triste, coma, enojoso, otra coma, malcarado, sigue otra coma, infausto y doloroso de los mortales.
Post scriptum: ¡Bájese ahora mismo de la ventana! ¿Es que no le han enseñado modales? ¡Qué será de usted, mi asilvestrada y salvaje niña!



Estimado y admirado profesor, dos puntos también: abusa usted en exceso de los calificativos. Punto. Se empeña en hacer traducciones literales del latín y su discurso se hace retórico, aburrido. Punto y aparte.
Recupere las lentes para sus miopes ojos y encamine sus siempre lustrosos pasos hacia la fuente, punto y coma; allí le espero, revoloteando entre las flores del humedal, coma, cual abeja embriagada en aromas.
Firmado, su fiel Beatriz. Punto y final.
Post data: ¡Y deje los maridos en manos de la diosa Fortuna!

sábado, 8 de agosto de 2009

De regalos


Cuando me regalan algo, yo y mi circunstancia entramos en crisis.
Que si la bolsa, que si el envoltorio,… vigila que no se estropeen, que hay que reciclarlos para otro regalo… ¿de quién es el próximo cumpleaños? ¿se notarán mucho los celos?
Total, un sinvivir.

Por eso fue una suerte que Manel me obsequiara con algo tan especial, sin embalaje e irrompible. Un chico, este Manel, bastante curioso (abro paréntesis): obsesionado con los aviones pero no con los que surcan cielitos lindos sino con los que brillan, intermitentes, en una pantalla de ordenador (cierro paréntesis).
En fin, qué le vamos a hacer, algún defecto tenía que tener la criatura.

Bueno pues, a lo que iba, que me regaló algo que ahora quiero dejar aquí para entretener estos días de vacaciones para la mayoría y que espero os deleiten hasta mi vuelta pues parto hacia el extranjero para ejercer de típica turista atolondrada, con cámara de fotos colgada al cuello y mapa desplegado a los 4 vientos, perdida siempre si o si.

Mario Benedetti. Defensa de la alegría

Defender la alegría como una trinchera
defenderla del escándalo y la rutina
de la miseria y los miserables
de las ausencias transitorias
y las definitivas

defender la alegría como un principio
defenderla del pasmo y las pesadillas
de los neutrales y de los neutrones
de las dulces infamias
y los graves diagnósticos

defender la alegría como una bandera
defenderla del rayo y la melancolía
de los ingenuos y de los canallas
de la retórica y los paros cardiacos
de las endemias y las academias

defender la alegría como un destino
defenderla del fuego y de los bomberos
de los suicidas y los homicidas
de las vacaciones y del agobio
de la obligación de estar alegres

defender la alegría como una certeza
defenderla del óxido y la roña
de la famosa pátina del tiempo
del relente y del oportunismo
de los proxenetas de la risa

defender la alegría como un derecho
defenderla de dios y del invierno
de las mayúsculas y de la muerte
de los apellidos y las lástimas
del azar
y también de la alegría

sábado, 1 de agosto de 2009

Eternidad

Los egipcios ansiaban ser recordados después de muertos para conseguir la eternidad. De ahí que sus monumentos funerarios se edificaran en piedra desde el Imperio Antiguo.


Del desierto rojo de Abu Simbel recogí arena. Me la traje conmigo en un potecito, de aquellos que venían con los carretes de fotos. ¡Qué tiempos aquellos!, el de los carretes de fotos dentro de potecitos de plástico.
El guía que nos acompañaba me dijo que tuviera mucho cuidado porque escarbando en la arena podría encontrar crías de escorpión. Y yo me reí, como una tonta, porque pensaba que sólo quería asustarme.

Fue el mismo día en que descubrí a Lawrence de Arabia.
Con el grupo de turistas españoles que recorría el lago Nasser viajaba una hermosa sevillana. Aquella mañana esperaba tranquila, sentada en el hall del barco, envuelta en ropajes blancos, como si de un momento a otro el mozo de cuadra le tuviera que traer el caballo ensillado.
Sólo llevaba descubierto el rostro, y transmitía una sensación de irrealidad tan grande que no podías dejar de contemplarla, como si de una aparición se tratara.

Fue también el mismo día en que vimos la puesta de sol desde cubierta. Una bola inmensa de fuego engullida por un mar de arena mientras nosotros, espectadores de excepción, transitábamos por un cauce de metal licuado.
Paisajes de Marte en la tierra.


Y todo eso ha salido hoy a flote por recuperar una canción, Remember the time de Michael Jackson.
Recordar el pasado, ahora que mi memoria falla más que una escopeta de feria.
Recordar el pasado, y volver atrás en el tiempo.
Recordar el pasado, y con él una canción que va justamente de eso mismo, cantada por un Michael que, como los faraones, ya es eterno.
Recordar el pasado, y regresar a Egipto… conmigo, con mis recuerdos, con Michael, con las piedras del desierto… para conseguir la eternidad.