miércoles, 25 de noviembre de 2009

Máquinas de escribir


Paseando sin rumbo, por el gusto de hacerlo. Y en un rincón chiquito, al girar una esquina, una multitud de máquinas de escribir antiguas.
Orgía de teclas redondas con miles de grafías asentadas, mayúsculas y minúsculas, cifras y signos de puntuación.
Y yo con la nariz pegada en el escaparate, con una sonrisa tonta asomada al extremo de mis labios. Seguro que el señor de la tienda piensa... “Pobre criatura, tan grande y tan niña a la vez… ¡animalica!”.

Descorre el cerrojo y se apiada de mí, me salva.
Invitada a pasar, entro en otro mundo, negro reluciente y con olor a 3en1, y el antiguo empleado de la Olivetti me empieza a explicar una historia, la de todos aquellos artilugios para escribir.
Escucho con devoción mal disimulada que si una es americana, que si otra llegó la semana pasada de Alemania, en mal estado; esta otra, aunque no lo parezca, imprime boca abajo y luego hay que levantar el carro para ver el texto… y esta de aquí es para Braille.
Ingeniería de finales del s. XIX y primera quincena del XX.


Y la fascinación nos envuelve a ambos, al viejo profesor y a la joven alumna.
Pasión a dos bandas.
Y en una pausa le cuento que es una lástima vivir tan lejos, él en Bilbo y yo en Barcinona, pues le propondría una exposición para lucir aquellas andróminas mecánicas tan fabulosas. Y él se sorprende, no encuentra el típico acento catalán en mi dicción… se sonroja como un mozo y ríe avergonzado.
Al final, le preguntó por qué máquinas de escribir.
¿Y por qué no? Desde los 16 años, chica, ¡y no me canso!.



Y mientras escribo estas memorias antes de comer, en la Taberna de los mundos (http://www.delosmundos.com/), una pareja de infieles se toma una caña esperando para entrar al comedor.


corchetes[cómo disfrutaría JJ si estuviera aquí, con tanto mapa fantástico grabado en las paredes y tanto dragón alado enroscado entre islas y continentes de ensueño]cierro corchetes

Y suena el móvil del chico y ella le hace señas para que no diga que están juntos. Cuando acaba la comunicación, él, un poco enfadado, la riñe: “Que sea la última vez que me haces eso. No me avergüenzo de ti y no me escondo. Que mi vida es mi vida y yo sé lo que quiero para mí.”

Ahora los tengo comiendo al lado, ¡aupa los amores furtivos y tullidos!, porque nos falta el brazo derecho del muchacho.

martes, 17 de noviembre de 2009

De récord


El domingo 15 a las 11h. entro en el Guggenheim.
No tengo prisa, he venido a disfrutar de la exposción de Frank Lloyd Wright.

Zanganeo un rato por entre las esculturas de Richard Serra y dibujo con muy poca traza alguna esquina del edificio. Reconozco que disfruto retrasando el momento de acometer la segunda planta... ¡le tengo tantas ganas!


Y subo y...
leo, miro, admiro, releo, escucho, espío, me agacho, hablo sola, me contesto, sonrío [qué puñetero era el tío!!], camino, retrocedo una baldosa, me pongo de puntillas para asomarme a la maqueta, me siento, me levanto,...

como (en el propio museo), BEBO vino, bebo agua, escribo, hablo con el camarero, miro la hora, brindo con el guiri de la mesa de al lado, me embolingo (cómo está el Rioja, Dioooos!), hipo sólo un poco, HIP, pago con tarjeta,...
y haciendo eses, me meto en la tienda, hojeo libros, tropiezo con el escalón mamá, busco el catálogo, veo algo más sobre Wright, me acerco a la caja, rebusco otra vez la VISA, y cotizo una burrada x 3 libros...

dejo todo en consigna, visito el escusado (demasiado líquido en mi interior), y retomo la expo donde la había dejado....


Al final, me pasa lo de siempre: el museo cierra a las 20h. y me tienen que avisar cinco minutos antes porque sigo encaramada a la chepa del arquitecto.
Mi récord estaba en 5 horas en El Prado, nada comparable ya a las 9 horas con FLW (o sólo 8, siendo justos, porque la comida no cuenta, no?).

domingo, 8 de noviembre de 2009

Llamadas telefónicas


“Un apunte curioso: a Tony le encantaban las películas pornográficas y solía ir en compañía de Anne, a quien nunca antes, por supuesto, se le había ocurrido visitar un cine de este tipo. De las películas pornográficas le chocó el que los hombres siempre eyacularan afuera, en los pechos, en el culo o en la cara de sus compañeras. Las primeras veces sentía vergüenza de ir a esta clase de cines, algo que no parecía experimentar Tony, para el cual si las películas eran legales uno no debía sentir ningún tipo de pudor. Finalmente Anne se negó a acompañarlo y Tony siguió visitando estos cines solo. Otro apunte curioso: Tony era muy trabajador, más trabajador (de lejos) que cualquiera de los otros amantes que Anne había tenido en su vida. Y otro: Tony jamás se enfadaba, jamás discutía, como si considerara absolutamente inútil tratar de que otra persona compartiera su punto de vista, como si creyera que todas las personas estaban extraviadas y que era pretencioso que un extraviado le indicara a otro extraviado la manera de encontrar el camino. Un camino que no solamente nadie conocía sino que probablemente ni siquiera existía.”


Roberto Bolaño. Llamadas telefónicas. Barcelona: Anagrama, 1997. 204 pág.