sábado, 28 de marzo de 2009

Las manos del piano

Hay dos formas de contar esta historia.
Dos formas diametralmente opuestas.
Pero válidas ambas.



Y las dos podrían comenzar igual…

En la inmensidad del escenario, un piano.
En la inmensidad del instrumento, un pianista.



Las notas de Granados inundan la sala, notas melancólicas de unos valses poéticos que no evocan en nada los fastuosos bailes de Strauss.
Pareciera como si una pareja de bailarines, arrancados del salón, se hubieran detenido a escuchar los alocados brincos de sus corazones, y éstos se fueran apaciguando por obra y gracia de su presencia, como disfrutando de la compañía.
Pasos de baile intercambiados por caricias a medio tiempo, cadenciosamente lentas.

Las manos del pianista hacen juegos malabares, se extienden o se contraen obteniendo una réplica perfecta en la superficie brillante del piano.
En ese espejo cuatro se reflejan, saltando sobre las teclas, ahora las blancas, ahora las negras, como en una carrera de obstáculos sin fin.
Las cuerdas, tensadas en el interior del monstruo, vibran sin remedio, clamando a los cuatro vientos su sonido.

El intérprete se convierte en un espectador más. Desde su posición privilegiada no puede sino acompañar con el cuerpo las extravagancias de sus músculos digitales.
Se rinde a la música como el compositor lo hizo ante el instrumento, propiciador de sentimientos.

Quizás un poema, o un gesto coqueto en la mirada.
Tal vez las flores de algún almendro, o unos cabellos dorados al atardecer.
Sólo el genio creador sabe de dónde le viene la inspiración.



En la inmensidad del escenario, un piano.
En la inmensidad del instrumento, un pianista.


Las falanges no se cansan de repiquetear, como si gozaran de autonomía propia.

Lo mismo le ocurre al jubilado sentado dos asientos más allá del mío.
Nos separan un amasijo de abrigos, tirados de cualquier modo, y el respeto impuesto por los años; pero es como si nada de eso existiera en realidad.
Sus dedos no paran de moverse, contagiados de la misma fiebre que ataca al pianista. A veces, incluso, los espasmos afectan también a las muñecas lo que provoca unos molinillos estrambóticos difíciles de describir e imposibles de imitar. [si tuviera artrosis otro gallo le cantaría]

Cuando se inicia la suite del amor brujo de Falla, el hombre, extasiado, cierra los ojos y su imaginación echa, por fin, a volar, como si hasta el momento hubiera estado presa de alguna forma invisible de atadura. [pensaba, sinceramente, que sus ronquidos se apoderarían de todo el patio de butacas]

Los dedos continúan imitando el ritmo que pauta el instrumento, obedientes.
Entre los sonidos escapados de la caja negra se mezclan otros, no tan agradables. Un repertorio sin fin de toses, carraspeos y envoltorios de caramelos que, en ningún momento, estorban la paz del oyente soñador. [pero sí la mía, desquiciada por completo ante tanto salvaje suelto]

No dejo de observarlo, y mis ojos van del escenario a su silla sin descanso, enfervorizados, pues entiendo que entre los dos hombres se ha obrado el milagro de la comunión cosmológica. Y empiezo a imaginar cómo el círculo mágico que recrea el compositor se materializa en la mente del jubilado, dando paso a la danza del ritual del fuego.
El crescendo musical aviva sus llamas, se arremolinan lanzando lenguas abrasadoras de un rojo purificador. En ese momento, una espiral de fuego escapa hacia el cielo y de su interior emerge, como en 3D, el hechizo carnal del deseo. [un hilillo de baba se desparrama “comisura de labios” abajo]



El chaqué del pianista, por encanto de brujería, se ha transformado en can-can. Un body de encaje negro ciñe el cuerpo pecaminoso de la mujer, enfatizando de carmín incendiario su generoso pecho. La cola de la chaqueta se asemeja al plumaje de un pavo real; y las perneras del pantalón, aniquiladas, dejan al descubierto unas medias asidas con todas sus fuerzas a los muslos rosados.
Lo que insistentemente presiona las teclas del piano son las agujas de unos zapatos de vértigo que elevan a la pelirroja a la categoría de diosa del amor. [melena l’Oreal, “porque yo lo valgo”]

Cuando explota el último compás de la música, la recreación se esfuma. Los ojos del oyente ensimismado descorren las cortinillas y descubren de nuevo al pianista que, entre los aplausos, se inclina ante la platea.

La culpa de todo este desparrame la tiene el muchacho que precede estas líneas, es decir, el pianista Daniel Ligorio.
Repertorio de Granados, Albéniz y Falla, excelentemente interpretado, y que obró la magia en éstas mis agotadas entretelas.
Para que os hagáis una idea de cómo suena lo que ayer pudimos disfrutar en Santa Kemola, recrearos los oídos con los acordes de un vals poético…

sábado, 21 de marzo de 2009

Acumulando circunstancias II

¿A qué se puede dedicar uno en la costa azul cuando le sobra el dinero, no tiene que madrugar y brilla un sol radiante de esplendor? Pues aunque la opción más plausible sería disfrutar de la playa todo el día como un lagarto, la pareja de jóvenes descerebrados optó por hacer acampada libre en la región altiplana de Niza porque Nicolás quería observar y estudiar a los grillos en su hábitat natural. Sondrina consiguió arrancarlo de los prismáticos dos días antes de su regreso a Barcinona, tiempo más que suficiente para arrasar con todo en las boutiques de Montecarlo y sacarse un dinerito extra en el casino la última noche.

Luego vino el archifamoso episodio de los baúles y nuestros posteriores problemas de convivencia “señora versus sirvienta” porque, sin apenas espacio, me tuve que trasladar a la cabaña de la azotea hasta que le planté un ultimátum en la puerta de casa:

“O yo, mi cocina y el gasto moderado. O Nicolás, su piso de estudiantes compartido con todo el equipo de balonmano y el lujo aparente pero sin pasarse... Tú eliges.”

Al final Sondrina ha ocupado, con sus vestidos y alhajas, el 3º 1ª de la finca hasta que alguien venga reclamando su propiedad, puede seguir trabajando para mí y ha fortalecido su relación con el vástago Marisca. ¡Todos contentos!





Pero la mariposa de Bond trajo consigo otro monzón.
La yaya Marisca, en el extranjero e incomprendido su arte tramposo al servicio de los naipes, decidió abrirse y abandonar a su suerte a los dos tortolitos.
Contrató a un armario ropero con las puertas abiertas para que le hiciera de bodyguard y se presentó en el pueblo que la vio nacer, hace incontables años, en un Hummer.
Debió ser todo un acontecimiento ver a la abuela rodeada de un clembuterólico mazizorro y de un congoleño albino (el chófer del utilitario).

Después de recibir ofrendas florales durante una semana como si de una virgen milagrosa se tratara, se fue a visitar a sus amigas de la infancia. Y esa visita, a simple vista inocente y de color de rosa, como las prótesis dentales de todas ellas, me procuró más trabajo que un cierre de mes en hacienda.

Las integrantes de la quinta de la yaya fueron capaces de ver más allá de la pantalla negra de mi portátil cuando, obligada por las circunstancias, fui coaccionada, primero, a viajar a Peñasquete, fantambuloso pueblo donde los haya; y, segundo, hacer unas clases prácticas de informática para estrenar el wifi que los euros marisca subvencionaron a fondo perdido.
Era un primor contemplar a las chicas de oro arreglarse el pañuelito de la cabeza y sacudirse el mandil antes de colocarse ante el ordenador, orientadas hacia el este y mirando de tú a tú a la gran antena instalada en el campanario de la iglesia, justo al lado del nido de las cigüeñas.


De izquierda a derecha: Juana, Narcisa, Gregoria y Casiana


Esta instantánea decora el fondo de pantalla del portátil de la yaya Marisca. No pasa hora que no se emocione al verla y cada día se conecta un rato al messenger para echar unas risas cibernéticas con sus amigas.
Por cierto, la fiebre Internet se está contagiando a las aldeas cercanas y está previsto que el holding marisqueño también patrocine la colocación de más antenas y repetidores por otros campanarios huérfanos de ondas electromagnéticas.

Más aún. Me parece que el gestor de la fortuna montenegrina (¿os dice algo el nombre de Nicolás?) está pensando en crear unas becas de investigación en el campo de la ingeniería zoológica para aunar la ciencia de los grillos hispánicos con el desarrollo de las telecomunicaciones sin hilos en regiones alejadas del camino de Santiago.
¡Todo un reto, sí señor!


The end

sábado, 14 de marzo de 2009

Acumulando circunstancias I

Aquella teoría de que el batir de alas de una mariposa toledana puede desencadenar el monzón en las Filipinas, se parece en la idea, aunque no en las formas, al cúmulo de circunstancias que hicieron de unos baúles los reyes de la república independiente de mi casa.



En este caso, la mariposa es Daniel Craig (que se abstengan de seguir leyendo todos aquellos que piensan que ahora el agente 007 es un mariposón que se deleita batiendo lo que buenamente le dejan).

Cada vez que el dvd reproduce Casino Royale me imagino a Nicolás y a Sondrina haciendo de Bond y Vesper. La que no me encaja nunca es la yaya Marisca y eso que fue ella la que hizo saltar la banca en el casino de Montenegro…

[Abrimos un tupido velo para poner en conocimiento de la audiencia los hechos que tuvieron lugar después de la expulsión del gran hermano hospitalario de la yaya en julio del año pasado…]

La parentela Marisca se largaba de vacaciones y le iba fatal cargar con la abuela. Sólo su nieto favorito, el promotor del Porkys en la unidad de quemados (sí, sí, Nicolás… ¿quién si no?) la invitó al interrail para atravesar Europa con destino a Rusia. Como la yaya no se podía permitir el lujo de castigar sus quemadas posaderas en asientos de madera de antes de la revolución, tuvieron que decantarse por el avión.
En el aeropuerto se encontraron a Sondrina, que regresaba a casa por navidad (uy, no, eso es en diciembre), perdieron sus respectivos vuelos contándose batallitas; y cuando presentaron sendas reclamaciones, los facturaron a los tres para Montenegro.

[Cerramos otra vez el tupido velo y seguimos en los Balcanes, en un casino y con burdos imitadores del estilo Ian Fleming]



Nicolás-James empezó a jugar al poker, ganó unas manos y su pila de fichas aumentaba. En eso que Sondrina-Vesper, empujando la silla de ruedas de la yaya, hizo acto de presencia en la sala para perturbación extrasensorial de los caballeros allí reunidos. Cuando se acercó provocativamente a Nicolás-James para pedirle unas moneditas que pagarían la ronda de caipirinhas que se estaban trincando, el muchacho entró en barrena.

A la matriarca de los Marisca no hay cosa que peor le sepa que perder el dinero tontamente por culpa de un acento albano-kosovar que quita todos los sentidos…





Sarandonga
nos vamos a comer
Sarandonga
una arroz con bacalao
Sarandonga
kuchibiri, kuchibiri
Sarandonga
kuchiribi, kuchibiri


En lo que se tarda en aprenderse esta letra y en comerse un arrocito, la yaya Marisca desplumó al casino.
Sondrina me explicó lo sucedido al regresar a casa sin tener muy claro por qué, después de aquello, les empezó a perseguir la polizei, ametralladora en mano.
Suerte que Nicolás-James recuperó la cordura y pudo salvar el pellejo de los tres tras las bambalinas de un circo medio cíngaro instalado en la ciudad.

[He bajado la foto del facebook de la yaya porque sale Sondrina-Vesper con traje de miss Murcia al lado del acróbata disfrazado de torero. Mola, ¿a que sí?]

Sigamos. Pasada la frontera en un carromato cochambroso, infectado de pulgas pero atiborrado de pasta, el despabilado y ya enamorado Nicolás-James consiguió un Aston Martin y se llevó a sus dos mujeres favoritas a Mónaco, para pasar unos días de merecido descanso y codearse con la alcurnia millonetis de su recién estrenada capa social.

Nos acercamos peligrosamente al monzón filipino, el momento en que Sondrina regresó al hogar cuando yo había perdido la cabeza por la migraña y la recuperaba de debajo de la cama, llena de pelusilla de no fregar en cuatro meses.

To be continued...

domingo, 8 de marzo de 2009

Silk, sadness... Sakamoto

Suena Sadness, el sound track número 12 de la bso de Silk (Seda, 2007).



Tristeza, interpretada a piano por Sakamoto y garabateada a lápiz sobre el papel.
Tristeza, mezclada con el body milk y confundida apenas en mi piel... sentimiento que se pega al corazón como si fuera el envoltorio de un esperado regalo de amor pero que no lo es.
Tristeza, asomada desde el balcón de mis ojos al espejo del tocador y que hace juego con el tono liláceo de mis ojeras.

[Qué sería de mi sin el corrector!!]

Tristeza, licuada en el verde de mis pupilas, como cuando revuelvo el café para enfriarlo.
Incluso tristeza en la forma de vestir, saliendo a flote por encima de la ropa, cubriéndola con una pátina invisible y, a la vez, transpirada y sentida.

Tristeza, en cámara lenta, pues por mucho que corro, no me muevo, sigo estando quieta, cauterizada por el halo de frío que encoge y paraliza mis mecanismos.
El aceite de la venas se ha congelado, ya no engrasa el motor.



Tristeza, ¿cómo expulsarte? ¿cómo dejarte atrás?

domingo, 1 de marzo de 2009

Sobredosis de sugus

Quien diga que los sugus no son alucinógenos, miente como un bellaco. Y quien piense que el camino a casa, para un enano normal y corriente, será un lecho de rosas, es que no tiene ni pajolera idea... ¿cuándo se han visto rosas en el bosque?

[Acabados los limones y los naranjas, por su aporte de vitamina C, hay que seguir por los azules y los frambuesa.]

Mientras leemos cómo la luna entra en la casa 4 para los nacidos Libra, y cómo Marte se acopla con Venus para no desquiciar del todo a los Cáncer, llegamos al postrero sugus, sólo ante el peligro desde que Capricornio, aprovechando la reverberación que provoca su estruendosa carcajada y el derramamiento de sangre procedente de nuestros pobres tímpanos... Carpricornio, digo, trincó el penúltimo con uno todavía enganchado en el paladar.
La sola visión de este huérfano nos hizo ver al enanito.


De los cuatro que vamos a la terapia de grupo, la mitad quería que el desgraciado saltara las piedras, los matojos y las setas venenosas, siempre en línea recta y sin pasar por la casilla de salida.
Yo hubiera tirado por el camino más largo para disfrutar del paisaje. Pero Acuario insistía en la idea de que nos estaban engañando, que aquella casa era una trampa mortal y que debíamos hacer entrar en razón al enano aunque fuera a golpes.
"¿Os habeis dado cuenta de que las piedras tienen ojos?", decía con los ojos inyectados en glucosa. "Y las setas se colocan en 2-3-3-2 para confundir los sentidos. ¿Y dónde está el humo? Si fuera realmente su hogar, alguien estaría cocinando..."
La perorata ya no se entendía. Los espumaracos escapados de su boca hacían imposible seguir su razonamiento deductivo. Al final, sin horóscopos que leer ni caramelos que echarnos a las fauces, levantamos el campamento hasta la próxima sesión.

Si estais aburridos y la Play ya no os motiva, dedicaros un rato a las infraestructuras viárias y ayudad al enano, él os lo agradecerá.