jueves, 23 de septiembre de 2010

Lujuria

Perversamente fascinante.
Y aunque ya hablé de ella hace dos años (Lust, caution) la recupero por su tema principal: Wong Chia Chi's.

Lujuria en la clandestinidad, en los qipaos que sensualmente perfilan el cuerpo femenino, en la música que conduce al peligro,… en el deseo que aviva Tony.




Tony Leung

Qipaos

Alexandre Desplat

miércoles, 15 de septiembre de 2010

de Cupidos


No podía hacer otra cosa.
Engatusarlo y llevarlo a mi terreno.
Y una vez aquí, pedirle explicaciones.


Primero el encantador de serpientes y a continuación el aspirante a Jare Chrisna.
Luego el profesor de historia retirado, los hermanos del amigo Karamazov, y el empleado de banca.
Más tarde, y por este orden, el camarero del Yabadaba, el camarero del selfservice, el camarero de la terraza de verano y el camarero bombero.
Ahora el limpia cristales del edificio, el psicoanalista adicto a sí mismo, y el marido de Neus, ¡los tres a la vez!.

Sólo quería hablar con él, hacerle razonar, y convencerle para practicar el tiro al blanco.
Mas no sirvió de nada.
Corto de vista, tuvo suerte de no morir en el impacto o de clavarse uno de sus dardos.
Que el amor es ciego, y no hay más… aunque me empeñe en llevarle la contraria.

miércoles, 8 de septiembre de 2010

El señor de Musashi


“… La cuestión era que de un tiempo a esta parte, cada noche, cinco o seis mujeres escogidas del grupo iban destinadas al trabajo de llevar una lista de las cabezas cortadas, fijarles un letrero a cada una, lavarles las manchas de sangre, etc. Las cabezas en realidad, si pertenecían a soldados rasos y anónimos, eran ignoradas; y si pertenecían a guerreros de reconocido valor, todas eran así limpiadas cuidadosamente de sus manchas, y luego eran presentadas al general para su inspección. Por ello, con objeto de evitar que la vista que ofrecían fuese desagradable, se les peinaba la cabellera revuelta, se les repintaban los dientes pintados, y si la ocasión lo requería, se les aplicaban ligeros toques de maquillaje. En suma, se trataba de darles la apariencia de personas vivas, devolviéndoles la prestancia y el color de la tez que hubieran tenido en vida. Esta tarea, llamada de acicalar cabezas, era habitualmente desempeñada por mujeres, pero dada la escasez de damas que al presente se acusaba en el castillo, se llegó a asignar tal misión a las mujeres custodiadas como rehenes.”

“… la mujer que más lo fascinaba era con mucho la que se sentaba en el centro, y se ocupaba en lavar las cabelleras. Era la más joven de las tres, podían calculársele unos quince o dieciséis años. Su cara era redonda, y aun en medio de su aparente impasibilidad translucía un cierto aire de encanto natural. Su atractivo consistía, para Hoshimaru, en que cuando ella se quedaba mirando fijamente alguna de las cabezas, una leve sonrisa inconsciente se dibujaba en sus mejillas. En ese instante flotaba por su rostro lo que podría llamarse un asomo de inocente crueldad. Además, el movimiento de sus manos al ir peinando los cabellos tenía una gracia insuperable, una elegancia sublime.”



Junichiro Tanizaki. La vida enmascarada del señor de Musashi. Barcelona: Edhasa, 1989. 314 pág.
(edición que contiene también la obra: Enredadera de Yoshino)

miércoles, 1 de septiembre de 2010

Mi charca

Hace unos días un amigo me dijo…

“Caigo yo en la cuenta de que en tooooooooodo el tiempo que te conozco jamás de los jamases te he visto más allá de las puertas de la universidad, y claro, uno empieza a hacerse preguntas y a plantearse hipótesis.
Para mí la más plausible es que una especie de hechizo cayó hace años sobre ti, convirtiéndote en sapo o rana en el caso de aventurarte más allá de aquellos bloques de cemento de la universidad.
Así, por esa condena, vas a escondidas de la biblio a alguna charca contigua a cazar mosquitos y refrescarte para volver de nuevo a tu encierro entre libros y estanterías donde inventas virtudes, perfumes y demás historias baldías.
¿No quedan ya príncipes para besar morritos de batracios y así deshacer hechizos?
¡¡Por Dios, qué mundo éste!!”




Y yo le contesté…

"Cuando salgo de la uni y regreso por arte de birli birloque a mi querida charca, entre nenúfares, mosquitos y demás ranitas toca bemoles, ¡cuan grande es mi alegría!
Voy saltando entre el verde, salpicando mis ancas mágicas, y la humedad convoca las musas, con las que hago corrillo y fiesta para inspirarme de virtudes y demás substancias hechizadoras.
Si no fuera así, todos los días de mi vida, no podría regresar con vosotros los humanos, … ¿quién podría aguantar tanta tontería junta en un espacio tan reducido y, encima, tan mal ventilado como es una biblio?
Además, muchacho, los príncipes-besa-boquitas-de-ranas no existen. Que te lo digo yo, que de eso sé un mundo.
¡¡Ay, criatura, si hasta entre mi raza viscosilla sobran los atontados mariposones!!"