miércoles, 24 de diciembre de 2008

Con unos cuantos microondas...

Mi amigo George, entretenido en contarse los mocos desde que empezó la crisis económica, me envío hace unos días una felicitación navideña un tanto particular.
Se la enseñé, cómo no, a mi inestimable Sondrina y, haciendo sonar de manera escandalosa toda la chatarrería que lleva colgando de muñecas y dedos (sólo comparable a los millones de adornos que decoran todos los edificios del Recorte Británico juntos), me dijo que los microondas eran de su primo.
Y es que resulta que, el avispado Nicolaii, se dedica al estraperlo de pequeños electrodomésticos allá por su tierra (que sigo sin saber muy bien dónde se localiza pero que tampoco importa mucho, más que nada por cuestiones de seguridad personal).

En fin, que un triste árbol no nos impida ver el magnífico bosque.
Luces sincronizadas con relojes digitales, para calentar cafés a cualquier hora o tazones de caldo en las madrugás resacosas…





¡¡Feliz Navidad!!

sábado, 20 de diciembre de 2008

El árbol de los deseos

Cuenta la leyenda que una hembra gitana conjuró a la luna…
¡¡Que no, coño, que esa no es!!



Empiezo otra vez…
Cuenta la leyenda que dos hermosas damas viajaron, en una ocasión, a la ciudad catalana de Vich, acompañadas por un noble caballero de dorada cimera.
La ciudad, engalanada de pies a cabeza, celebraba su mercado en honor a la Purísima Virgen.
Los forasteros recorrieron sus calles, disfrutaron del buen yantar y fueron testigos de un hecho extraordinario, que seguro recordarían el resto de sus vidas.
En una pequeña plaza se aglutinaban las gentes alrededor de un joven olivo del cual colgaban, cual morcillas o butifarras en un tenderete cristiano, tiras de papel llenas de palabras…
Se trataba del árbol de los deseos.

Los allí reunidos contaban que, desde tiempos inmemoriales, se repetía la tradición de solicitar salud y fortuna para el nuevo año que cercano era.
Las dos damas y el caballero, asombrados del fervor popular, decidieron participar también del ritual y estamparon sus deseos, pues dominaban el bello arte de la escritura.

Y a pesar de que una de las damas, ataviada con una larga capa negra de plumón salvaje, aprovechó primero para prender un deseo en honor de su señora madre, la reina Olivia… quiso el destino que los tres alabaran su amistad por encima de todo, sin que mediara palabra alguna entre ellos antes de acercarse al olivo.



La leyenda acaba contando su retorno al reino de Barcinona sin aclarar si la suerte les fue propicia o no. Quizás haya que volver a la época medieval para reencontrarlos y preguntarles…

Larga vida a los grandes amigos.

Dedicated to C and N.

sábado, 13 de diciembre de 2008

Retazos de amor, por Stanley Donen (IV)

Cuando llevas unos años casado, ¿qué puede estropear tu matrimonio?
¿Un mayordomo ocioso que te persigue por casa para pedirte que le rebajes el sueldo porque no le parece justo cobrar tanto? ¿La desagradable institutriz de tus hijos que, aunque eficaz, no soportas desde hace tiempo? ¿Tener que abrir tu casa a ingentes cantidades de turistas para cobrarles la visita guiada que te permite llegar a fin de mes? ¿O, quizás, que tu esposa se enamore en media hora de algún guapo divorciado norteamericano, multimillonario para más señas, que se ha colado en tu hogar alegando un despiste en la visita?
Yo me decantaría por la tercera opción: ya me imagino los autocares aparcados en mi jardín, mientras cientos de japoneses sacan fotos de todo el exterior esperando que se abran las puertas de la casa para poder ver los retratos de mis antepasados. ¡¡Qué horror!!

El amigo Donen prefiere el adulterio para provocar una crisis matrimonial, al que añade la flema británica, una flema bastante particular, que cuando llueve no se moja como las demás.
En Página en blanco (The grass is greener, 1960) Cary Grant y Deborah Kerr llevan 12 años felizmente casados. Pero un día, Robert Mitchum aparece ante la Kerr y ésta cae rendida, huyendo a Londres con él. Jean Simmons, amiga del matrimonio, hace de consejera.


Victor [Cary Grant]: Dime, ¿le has conocido?
Hattie [Jean Simmons]: Hace tiempo que no me presentan a un millonario soltero. Me intimidaría tanto que le haría una reverencia.
Victor: ¿Y Hilary [Deborah Kerr] no te ha hablado de él?
Hattie: Aunque apenas la he visto, continuamente, excepto cuando hablaba de ti.
Victor: ¿Qué te decía?
Hattie: Que te quiere.
Victor: ¿Pero a él le ama?
Hattie: Locamente.
Victor: Mmm, hay una diferencia, ¿no?. Siempre dije que no saldría nada bueno abriendo esta casa al público… ¿y está con él todo el tiempo?
Hattie: Eso me figuro.
Victor: Asombroso, ¿verdad?. Aquí tenemos a un honrado caballero a quien jamás se le ocurriría robarme mis gemelos o mi paraguas. Pero como paga media corona en la puerta, entra en mi casa y, sin ningún remordimiento de conciencia, procura tranquilamente robarme a mi esposa.
Hattie: Si hablamos así, Hilary tampoco robaría nada. ¡Pero eso no cuenta con el amor!
Y para luchar contra el amor adultero, ¿qué mejor que el talante británico?
Victor Rhyall monta una farsa invitando al amante de su mujer, y por extensión a ella también, para que la señora Rhyall se dé cuenta que debe regresar con su marido. De esta forma, no fuerza la vuelta al hogar y se asegura el tanto de los años de convivencia.



Durante la velada, Cary Grant pide una satisfacción a Robert Mitchum para restablecer el honor de su hogar y organiza un duelo. El amante encuentra la reacción de Rhyall totalmente fuera de lugar pues él, de encontrarse en su misma situación, ya hubiera cortado por lo sano matando a los adúlteros. Pero al final accede, perdiendo a la dama más tarde.

De todas formas, lo realmente grave es comprobar que al marido humillado le molesta más los regalos que su esposa recibe del amante que la propia infidelidad conyugal. ¡Cómo es el señor Rhyall!

Victor: Hay una diferencia entre el hombre y la mujer que hace que lo que es salsa para el ganso no lo sea para la gansa. Por eso las mujeres llevan alianza y los hombres no.
Hattie: Antes orgulloso, ahora arrogante y, en exceso, inmoral.
Victor: Vamos, vamos.
Hattie: Si Hilary se decide a abandonar a Charles [Robert Mitchum] deberías mostrarte agradecido. A mi me pareció muy bien dispuesta a volver aquí y continuar siendo la buena esposa y perfecta madre.
Victor: ¿Con el corazón destrozado?
Hattie: Sí, pero como le ha regalado un visón, con él mitigará su llanto.
Victor: ¿Qué dices que ha hecho?
Hattie: Regalarle un abrigo de visón.
Victor: ¡Maldito sea, así arda en el infierno!
Hattie: Oh, visón salvaje, una verdadera maravilla.
Victor: ¿Y cómo piensa justificarlo la buena madrecita?
Hattie: Pobrecilla, eso es lo que más le preocupa. Pero ya inventará alguna cosa.
Victor: He deseado regalarle un abrigo de visón desde que nos casamos. Y la próxima navidad ya podría haberlo hecho... ¡Debería matarlo!
Hattie: Creo que debemos evitar el derramamiento de sangre. Está algo anticuado.
Victor: Pues ya va siendo hora de actualizarlo. ¿Cómo va a volver con un abrigo de visón? ¿No esperará que me crea que lo compró con el dinero que ganó en los caballos?
Hattie: Se le ocurrirá algo mejor que eso. ¡No pretenderías que lo rechazara! ¿No es verdad? Visón salvaje, ¿cómo podría... bueno, a parte de que está asegurado en 3000 libras.
Victor: ¡¿3000 libras?!
Hattie: Así es, 3000 libras. Sin contar, naturalmente, su valor sentimental.



Un comportamiento similar lo volveremos a ver en Dos en la carrera (1967), aunque en un tono más serio. A Mark Wallace (Albert Finney) no le gusta saber que su mujer Joanna (Audrey Hepburn) se ha liado con el cuñado de su mecenas ya que, a parte del papelón que supone, es de dominio público. Aún así, no monta ningún espectáculo, pero sí la recrimina por su infidelidad.

Doris Lessing, en su libro Historias de Londres, también recoge este carácter británico.
En el relato La pura realidad, dos parejas pasan juntos un fin de semana. Una de ellas está casada, siendo la mujer la ex del chico de la otra pareja quien, a su vez, desea presentarle a su prometida americana. Pues bien, los ex se pasan el rato haciendo cosas juntos, con una complicidad tan exagerada que dejan casi de lado a los otros dos. Y así como el marido de la primera pareja entiende la amistad que ha quedado entre ellos, a la americana una situación tan sumamente cordial y civilizada le molesta en extremo, tanto como para decidir abandonar la casa y a su prometido al día siguiente.

sábado, 6 de diciembre de 2008

La tía Trinidad

En un cementerio, los inviernos son duros de pasar.
A trabajos forzados le condenaron hace ya cuatro por matar a su mujer.
La relación fue mal desde el primer día; las broncas y palizas fueron constantes. Y las fulanas fueron desfilando por su vida como las cuentas de un rosario.

Al final, tirarle agua hirviendo por encima y negarle el auxilio de un médico, resultó ser lo más efectivo.
Dos sobrinos fueron a verla a su casa cuando ya no tenía remedio; a saber cómo se enterarían.


La novia está radiante.
Ha hecho realidad un sueño infantil: casarse con el hombre de su vida.
Hasta llegar aquí, el camino ha sido largo y tortuoso pero han sobrevivido a una guerra y eso es lo que importa.
Le hubiese gustado que su padre la viera hoy, convertida en la esposa de un militar para, de alguna manera, recompensarlo por los disgustos que le causó de moza.
Pero, ¿cómo se hace para restituir la salud a un padre cuando te presentas en su casa con una barriga de cinco meses y sin dar razón alguna sobre el padre de la criatura?
¿Cómo devuelves a una familia su honra y su orgullo después de preñarte siendo soltera, con aquella, tres veces?
La novia sigue bailando aunque ya no siente la música; se le han entelado los ojos. En su retina se han instalado los tres niños nacidos muertos, porque no estaba de Dios que ninguno de ellos viviera.

Clara se ha dado cuenta. Algo ha enturbiado la felicidad de su hermana.
Ojalá le acompañe la desgracia el resto de su vida. Ojalá se olvide de sonreir para siempre y sus ojos derramen suficiente agua salada como para llenar un mar de océanos.
Desde que su padre falta y la familia ha perdido el peso que ostentaba en el pueblo, ella ha cuidado de madre, marchitando su juventud.
Y ahora, para colmo, se casa con él.
Maldito seminarista embaucador, que le gustan más los repiques de tacones de una mujer que los de las campanas de misa. Convertido en militar, de la noche a la mañana gracias a la guerra, se cree todo un señor pero no es más que un canalla, sinvergüenza.
Su hermana tiene lo que se merece.

Nacida en una aldea de Pontevedra, sus padres la llamaron Trinidad.
El destino se la presentó al Diablo y entre las faldas de una sotana se le enredaron el alma y la vida.
¡Pobre niña enamorada!

domingo, 30 de noviembre de 2008

De relojes

Reloj,
no marques las horas
porque voy a enloquecer.


Iglesia en Salzburg

En Austria, el tiempo es silencio. Y ese silencio es hermoso.
Echas la vista hacia las alturas y los círculos perfectos que rodean el paso del tiempo están tranquilamente esperando que los segundos desplacen de raya a raya las agujas doradas.

Detalle de la torre
Se ha levantado una ligera brisa que voltea sus rizos. Mortales hacia atrás, giros en el aire que cortan la respiración, volteretas nunca vistas, y todo porque los mechones negros escapados de su melena querrían atrapar las agujas y detener para siempre el mecanismo.

Enfocas con la Lumix y sólo la ves a ella, alta y esbelta como la torre de la iglesia. Pero sabes que, cuando varíe la perspectiva, volverá al sitio que le corresponde, a tu lado en el camino.


Detalle en la iglesia del Festung
Hohensalzburg (Salzburg)

Es curioso pero siempre que miras la hora, el tiempo se ha detenido en el reloj.
También en el solar se da ese milagro.
La precisión de todo el engranaje crea una ilusión solamente para tus sentidos. Y caes en la cuenta de que es ella la que produce ese efecto en los relojes. Y en tí también.
Sólo si está ella, el tiempo se detiene.
Primero en la región bávara, luego en Salzburgo, más tarde en la capital.
Diez días de vacaciones y parece que aún hace un instante que os habeis conocido, recogiendo las maletas en el aeropuerto de Munich.


Iglesia de St. Wolfgand (región de los lagos)


Doce números en la esfera marcan el ritmo del corazón metálico. Doce números, uno detrás de otro, marcan los impulsos de tu corazón.


Bajas el último del ascensor, en la planta 12. Los de Cartagena lo hacen en la 11, y ella en la 10. ¿Quedamos a las 9 en el hall?
Sois 8 cenando, todo parejas. Os sentais uno frente al otro y, entre risas, rememorais las sorpresas del día.
Excuse me, 7 big beers, please!
Después, sólo 6 asistís al concierto.
Fila 5, butaca 4. Sentada a tu lado en la sala dorada de la Musikverein, marca el compás (un-dos-3, un-dos-3) del Vals del Emperador.
Los 2 besos del primer día se reducen a 1 en la despedida, pero la intención lo coloca justo en tus labios.
¿Subimos a la 12?

Detalle del pabellón de Otto Wagner (Karlsplatz, Wien)

sábado, 22 de noviembre de 2008

Me tocó

Lo normal en estos tiempos es que salgas del hospital peor de cómo entraste.
De hecho, en lo que llevamos esperando, ya sumamos tres cánceres. Y la perspectiva es que aquí no se acabe la cosa.
De hecho, hace tres semanas, cuando decidieron biopsiar parte de la sombra que aparecía en la mamografía, me repartieron todos los boletos para el sorteo de hoy.

Yo soy de talante más bien risueño y de fácil conformar pero hubiera preferido llevarme 1 kilo de euros a casa y no un trozo de pecho menos.


En fin, mientras el cirujano va alargando la espera y mi madre se entretiene contándome la historia de su tía Trinidad (que otro día ya compartiré)... mientras todo eso pasa, reconozco a lo lejos una cara relativamente familiar.

Sigo clavando los ojos en su semblante bien parecido y con carácter, y antes de levantar la mano para saludarla, agacho la cabeza y empiezo a buscar las gafas de sol en mi bolso, para ponérmelas ipso facto antes de que ella se percate de mi presencia y también asuma mi identidad.
El rostro pertenece a la enfermera jefe del turno de noche de la planta de quemados, donde estuvo ingresada mi bien amada y no poco reverenciada yaya Marisca.

Y esconderme, ¿para qué?
Lo cierto es que la yaya es de infame recuerdo para este hospital; se vivieron dos episodios extremadamente graves, por causas agenas a la propia ingresada, pero que forzaron su expulsión tajante y sin paliativos.
A raiz de esa expulsion, se conocieron Sondrina y la yaya Marisca.


El primer hecho se produjo el 29 de junio, día de la final de la Eurocopa.
En la habitación 717, a parte de la quemada, estaba toda su parentela y parte del extranjero, yo incluida.

Dos horas de fútbol enlatado en el televisor colgado de la pared y dos horas, más lo que luego se añadió, de celebración desmedida por los pasillos de la planta. Aquí se incluye también el lanzamiento de petardos y cohetes desde la ventana de la habitación.
No contentos con una sonora reprimenda por parte de la dirección del centro y una primera amenaza de expulsión, por el comportamiento incívico de sus acompañantes; al siguiente domingo, coincidiendo con la final de Wimbledon, los nietos Marisca organizaron una rave ilegal, que se fue de madre por la larga duración del partido.
Y sinó dime tu a mí cómo frenas a una banda de energúmenos (gran parte de ellos alcoholizados con bebida requisada de un camión de reparto trágicamente aparcado en el parking del hospital) durante más de ocho horas sin que la maltrecha reputación de la yaya salga mucho más perjudicada.

Debido a los parones por la lluvia, la rave acabó extendiéndose a las habitaciones contiguas más allá de las 10 de la noche. La explosión de júbilo no pudo sino forzar el desenlace de los acontecimientos. En menos de lo que tardan en montar un dispositivo de antidisturbios en Barcinona, la yaya estaba de patitas en la calle, llevada en volandas por familiares y amigos hasta la Partner de su yerno favorito. Yo, que seguía la comitiva un poco de lejos, tenía la sensación de que la yaya volava cual Aladina sobre las banderas rojo y gualda del toro hispánico...


¡¡Tara Mhéntal, consulta 2... Mhén-tal, consulta 2!!

sábado, 15 de noviembre de 2008

Keane

Esta semana había que cantarle al odio pero me ha sido completamente imposible. Y la razón es una mezcla entre ciencia y literatura.
Un estudio reciente, hecho público por científicos americanos, ha demostrado lo beneficioso que resulta para nuestro sistema cardiovascular sentir la música que más nos gusta.
Debe ser por eso que mi corazón, acostumbrado a bombear sangre a demanda, lleva unas semanas con mejor talante e hinchado de alegría visceral cada vez que el CD repite lo nuevo de Keane.



La letra a todo esto se la pone Amélie Nothomb pues he descubierto, en Diari de l'Oreneta, que mi desequilibrio no es único.
Resulta que el protagonista, un asesino a sueldo, pasa las horas muertas, entre trabajo y trabajo, escuchando a Radiohead; y su cerebro ha interiorizado hasta tal punto la música, que la banda sonora de sus crímenes es Radiohead. Su propio cerebro es quien acciona el play.

Pues bien, a mí me sucede algo parecido pero con Keane.



La Keanización de mi organismo llegó a cotas inconmensurables el pasado día 9. La frase... ¡Qué barbaridad! ¡Qué barbaridad!, se me quedó encallada durante horas, después del concierto. Era lo máximo que mi cerebro podía ordenar para oxigenar la obsesión emocional que lo tenía preso.
El corazón, ligado más al compás, ha permitido desembozar el riego neurológico en los últimos días; y aunque podría parecer una tortura, redactar este post ha servido para rememorar esperanzas inconfesables ligadas a la música melodramática que practican estos chicos y que, claramente, me trastoca en lo más profundo de mi ser.



Os dejo un par de viejas canciones: This is the last time y Everybody's changing.
Es un alivio ver como los años no pasan en balde y Thomas, el cantante (o "carapan" como le gusta llamarle a Cruasan, un amigo de Violencia), mejora encima de un escenario sin perder esos carrillos de angelote.


sábado, 8 de noviembre de 2008

Claxton vs McQueen


Estreché la mano de Natalie Wood, y por primera vez vi de cerca su hermoso rostro. Sus ojos pardos, oscuros y amables buscaron los míos, y supe que seríamos amigos. Me volví entonces para saludar a McQueen, su partenaire en la película. No me tendió la mano: se limitó a observarme con aquellos intensos ojos azules suyos (más adelante me comentaría: "Clax, con aquella mirada te dejé hecho polvo, ¿verdad?). Su mirada era aterradora. Tuve la impresión de que en menos de nada ya lo sabía todo sobre mí. Recuerdo que pensé: "Mierda, ¿en qué lío me he metido con este tipo?".



En una ocasión en que le acompañaba, conducía un Ford descapotable con tan sólo cincuenta kilómetros; lo llevó a toda velocidad por la autopista texana durante tanto tiempo que el motor empezó a humear y acabó por prender fuego. Entonces redujo la velocidad y me dijo: "Clax, cuando diga salta, ¡salta!". Conseguimos saltar en el instante mismo en que el coche estalló en llamas. Steve se sentó en la cuenta de la carrtera a una distancia prudencial del vehículo en llamas y se echó a reir a carcajadas. Yo estaba algo aturdido, y la experiencia no me resultaba tan divertida. El coche ardió por completo antes de que llegasen los bomberos. Al día siguiente, los titulares del periódico local decían: "La estrella de cine Steve McQueen escapa por poco a la muerte en un vehículo en llamas".


La revista Cosmopolitan me encargó un reportaje fotográfico sobre el diseñador de moda Rudi Gernreich. Le pregunté a Steve si estaría dispuesto a posar junto con Peggy [esposa de Claxton], que era la modelo favorita de Rudi y su musa particular. Steve accedió y disfrutó con la experiencia. En la fotografía aparece el Ferrari de Steve aparcado frente a su casa.




Fotógrafo y actor se conocieron y relacionaron en los primeros años de los 60. Este libro es el testimonio gráfico de esa etapa vital conjunta. Fotos directas y personales de un Steve McQueen irresistible.

William Claxton. Steve McQueen, photographs. Köln: Taschen, 2008. 192 pág.

sábado, 1 de noviembre de 2008

Susto tú, susto yo

Desde que voy sin cabeza por el mundo me he acostumbrado a ahorrar luz eléctrica. Si no enciendo las lámparas ni el ordenador, la migraña me respeta a medias. Pero esta nueva situación sólo la conozco yo y los que me leen compulsivamente. Por eso hay que ser tolerantes con las pobres criaturas que te descrubren, sin trampa ni cartón, un vulgar viernes por la noche, siendo éste, para más inri, día de Halloween.




Que Sondrina volvía, lo sabía ella. Que yo estaba en casa, a oscuras y cercenada, sólo yo (¡me repito!).
Cuando oí abrirse la puerta, me asusté y corrí, como alma que lleva el diablo, hacia el intruso blandiendo las tijeras (como Eduardo, ya no me separo de ellas) y gritando como una posesa.

AAAAAAAAAAAAAAAAAAAHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHH!!!!!!!


Lo de los gritos resultaba patético porque parecían efectos de sonido provenientes de la propia casa ya que la cabeza estaba tirada en la cama y, desde la puerta, era difícil verla.
El intruso, a todo ésto, muy corpulento y con algunos añadidos que rodaban sin grandes dificultades, encendió la luz con mucha sangre fría.

- ¡¡Mala bestia!! ¡¡Mis ojos!! -aullé yo, corriendo a por el loctite y la cimera.

- ¡¡No cabesa!! ¡¡No cabesa!! ¡¡Aaaaahh!!

- ¡¡La bruja aún no sabe hablar castellano, joder!! -me dije, mientras me colocaba los pelos en su sitio.

- ¡¡Alegra yo, alegra yo!! -se abrazó a mi chepa de un brinco.

- ¡Que sí pesada, que yo también me alegro de verte!

- Je se bojati da te vidim bez glave, ali sam sretna.

- ¡Que no me hables en croata, coño, que no te entiendo!

- ¡Félis... yo félis! Ja, ja, ja... ¡Kontent, kontent!



Sondrina se pensaba que con tanta alegría me iba a olvidar de lo que había intuido en su silueta; por eso, despuéss de zafarme de su abrazo, regresé a la puerta y me encontré con dos baúles (como los de Karina, de grandes) y una maleta XXXL.

- Nena, ¿de dónde has sacado todo esto? ¿No lo habrás robado, verdad? ¡No me lo digas! ¡No quiero saberlo!

- Tu no enfadar, aaaah!!... odjeću, obuću, torbe...

- ¡¡Que no me lo cuentes!!

Y nada, oye, que me lo contó todo... que si una partida de bacarrá en el casino de Montenegro,... que si unos saltimbanquis camuflados de toreros en un circo rumano,... que si unos días de vacaciones en Montecarlo con el nieto de la yaya Marisca...

¡¡¡¡¿La yaya Marisca?!!!

sábado, 25 de octubre de 2008

De cabeza

La sobrellevo a diario pero unos días me pesa más que otros. Cuando se pone farruca y se obstina en dolerme, no hay quién la soporte.

Debes cortar por lo sano, me dijo ayer la niña biónica mientras controlaba las idas y venidas de una caterva de hormigas obreras por encima de su pie derecho, enfundado en un botín de piel azul eléctrico Chanel.




Lo de cortar por lo sano, lo he visto esta tarde, tenía un problema: que, sin Sondrina en casa, la ejecutora del plan, inevitablemente, sería la misma que viste y calza.

Pero sin liarme la manta a la cabeza (porque hubiera sido más trabajo que el estrictamente necesario), he cogido las tijeras y, en un periquete, he cercenado mi cuerpo, llevándome unos cuantos golpes de propina al rebotar la susodicha contra el suelo, en el momento de la amputación. Todo lo cual ha servido para certificar que, si bien había variado su posición, el dolor agudo original seguía existiendo.
Mi gozo, en un pozo.

He sacudido con las dos manos la cabeza de medusa que me miraba con ojos extraviados y casi me desmayo pues las canicas encerradas en su interior han impactado contra las paredes craneales y, tanto ella como el resto del cuerpo, han visto las estrellas.
Estas cuatro letras han surgido después de pasearme con la criatura peluda en brazos, esperando a que cesara en su llanto para poder concentrarme.
Dentro de un rato probaré de minimizar esta carnicería con un poco de loctite.

sábado, 18 de octubre de 2008

Líneas de fuga

Apuro mi cerveza y cierro los ojos. Puedo sentir cómo el sol vienés de media tarde me reconforta. En estado contemplativo estoy cuando se me ocurre una estupidez:

El cielo está encableado.
¿Quién lo desencableará?
El desencableador que lo desencablee,
buen desencableador será.




Miguel, mi hombre del tiempo particular, hablaría de isobaras, las líneas de presión que aparecen en los mapas de previsión. Saco una foto de lo que veo, mirando al cielo azul, y escribo en la postal que le mando:

Tus isobaras han cobrado realismo junto al canal del Danubio. Líneas de acero, tensadas por el aire, que las hace vibrar como nadie. Todas esas rayas en el cielo me recuerdan a las que surcan las palmas de tus manos: vías principales y secundarias de una misma realidad. En este caso, las isobaras tridimensionales de Viena unen los tranvías que, como los puntos en un mapa, trazan los destinos de sus habitantes.

Ahora el cableado resuena porque se acerca a la parada el número 7, dirección al cementerio central. Los cables parecen danzar, unos con otros, susurrando su música favorita. Pero el baile se frena de golpe cuando se aleja el último vagón. Y regresa el silencio al cielo.

Un ajedrecista, poniendo mucha imaginación, quizás vería los cuadros del tablero en el cruzado mágico de cables, pero nunca en blanco y negro.

domingo, 12 de octubre de 2008

NB


K se sienta a mi lado para cenar. A simple vista está como siempre pero algo en sus ojos es diferente.
Evito mirarla cuando habla porque me siento intimidada. Sólo espero que no se me note demasiado.
K ya no es k... ni de kilómetro, ni de kilo, ni tan siquiera de Kinsasa... Ahora se ha transfigurado en NB: la niña biónica.
Hace unos días me escribió un sms inquietante...

Veo las matrículas de los coches desde mi blacón. Es alucinante!! un mundo nuevo delante de mis ojos. Estoy en otra dimensión y no he tomado drogas.

Y hace sólo dos, otro...

Me acabo de tomar una pastilla efervescente y puedo ver las burbujikas pekeñikas del vaso. Es fascinante. Fiu, fiu.

De reojo constato que lo único diferente es el brillo casi metálico que destilan sus pupilas amarronadas. Da un poco de miedo saber que ahora nada se le escapa, que hasta el gesto más insignificante no le pasa desapercibido. Incluso ha demostrado sus poderes contando las migas de pan que han quedado sobre el mantel...

¡¡Hay 89, y sólo en esta zona de aquí!!

Emito una sonrisilla nerviosa y se me escapa entre dientes un "¡qué maja ella!"... y comienza el festival.
Imitando al tío que cuenta calorías en el anuncio de la tele, coloca los deditos en posición de cálculo y desprende un rayo catódico de baja intensidad sobre la cabellera peinada de peluquería de S, y le suelta...

Tienes una lapa de 40 folículos en la coronilla; y cuidado, porque en ese flequillo se han perdido 10 pelos de golpe.

Nos quedamos de piedra; S un poco ofendida, pero encaja el golpe con elegancia.
¿Y si se le escapa uno de esos rayitos y nos deja ciegas? Claro, como ahora ella se ha operado la miopía y ya ve, al resto que las zurzan.
Pero la velada todavía no ha concluido y, al salir a la calle, la niña biónica ha cogido carrerilla y ha seguido con el recital...

El que se sentaba en la mesa de enfrente, el de la camisa verde a topos, se ha dejado un "paluego" entre los molares...

Cuando J ha estornudado, como no se ha tapado con la mano, decenas de gotitas saliveras han salido disparadas en un radio de dos metros.

- ¡¡Jesús!!

- Gracias, de nada,... ¿por cierto, por qué no nos has dicho que estás embarazada? La carta que llevas en el bolso lo pone... ¡Uy! cuidado con ese que baja por la calle, lleva una navaja en el bolsillo derecho del pantalón y...

Y así, horas y horas.
De regreso a mi casa, en mi fantambuloso M3 iba recordando cómo era la niña biónica antes de la operación, con aquellas gafitas de montura al aire que tan bien le quedaban a la cara.
En fin, de nada sirve ya lamentarse, esas gafas, como otras parecidas y montones de lentillas, han pasado a mejor vida: le han perdido de vista para siempre.

sábado, 4 de octubre de 2008

Lust, caution


"No te lo quites", le dice el señor Yee a Mai Tai Tai cuando ésta se prueba un vestido.
"No te lo quites", y la carga erótica que desprenden esas cuatro palabras se quedan flotando en el ambiente.
Cierras los ojos un instante y esas palabras se refieren a tí: no te quites el vestido, me gustas así, atractiva, apetecible. Esas palabras te encadenan al deseo mudo de una mirada intencionada, desafiante, que mira más allá de lo que está viendo, que repasa cada centímetro del cuerpo femenino, que se recrea en la idea de la promesa sexual que lleva implícita.
Y el señor Yee se acerca a tí, todo un caballero, y pasa su mano por la cintura, lentamente, para acompañar tu cuerpo hacia la salida de la tienda, para invitarte a comer.
El leve roce de su mano contra la seda del vestido y tú te estremeces, con la necesidad imperiosa de eternizar ese instante porque te gustaría que su mano no se quedara ahí.

Cuando regresas de tu ensoñación, ellos están en el restaurante, continúan jugando a la seducción sin nadie a su alrededor. Ellos dos solos, frente a frente: el lobo con traje y corbata, y caperucita vestida de azul.



Mai Tai Tai: No te preocupes, haré todo lo que tu digas.

Lider de la resistencia: Bien, muy bien. Tienes que mantenerle atrapado. Si necesitas algo...

Mai Tai Tai: ¿De qué trampa me estás hablando? ¿Quién te crees que es él? Sabe fingir mejor que tú. No sólo penetra en mi interior, se va abriendo paso hasta mi corazón como una serpiente. Me penetra hasta el fondo y yo le acepto como una esclava. Intepreto mi papel al pie de la letra para poder llegar yo también a su corazón. Siempre me hace daño hasta que sangro y grito, sólo entonces queda satisfecho. Sólo entonces se siente vivo, en la oscuridad, sólo entonces sabe que todo es real.

Lider de la resistencia: Para, basta ya.

Mai Tai Tai: Y justo por eso, por eso puedo torturarle hasta que ya no puede aguantar más y yo sigo hasta que los dos caemos exhaustos...

Lider de la resistencia: ¡Basta ya!

Mai Tai Tai: Y cuando por fin se corre dentro de mí, pienso que es el momento... ¡¡el momento en que vais a entrar para pegarle un tiro en la nuca y que su sangre y sus sesos me cubran entera!!

Lider de la resitencia: ¡¡Cállate!!





Lust, caution (Deseo, peligro, 2007)
director: Ang Lee
actores: Tony Leung (señor Yee), Tang Wei (Mai Tai Tai)

sábado, 27 de septiembre de 2008

La emperatriz Elisabeth

Llevo unos días tratando de poner orden entre las fotos del viaje para montar un video con banda sonora original y así no aburrir en demasía a las visitas que vienen a tomar el té y a degustar los bombones Mozartkugeln que traje de Viena.

Y en ese "poner orden" apareció la foto de la emperatriz Elisabeth (realizada destranquis en el museo que le han montado dentro del Hofburg, el palacio imperial) y con ella toda su romántica, cinematográfica y trágica historia.


Una historia que, en algunos aspectos, me recuerda a la de mi admirada Lady Diana Spencer.
Ambas se casaron muy jóvenes, con pretendientes mucho mayores que ellas, y con la obligación poco disimulada de traer al mundo sanos herederos.

Ambas padecieron despóticos protocolos que ocultaban al resto de los mortales los tejemanejes de una suegra metomentodo, o los amoríos entre Charles y Camilla.
Además, ambas acabaron separándose de sus maridos. Diana oficialmente y Sissi extraoficialmente, al no compartir el lecho conyugal más que para cópulas imperiales.
Al final, ambas dos murieron asesinadas. Una en Paris, empotrada contra una columna; la otra en Suiza, apuñalada en el corazón con un estilete, a manos de un independentista serbio que, en el momento del crimen, no sabía a quién narices estaba matando.

Lo que diferencia a Elisabeth de Diana es que la primera vivió lo suficiente para enterrar a dos de sus hijos. La primera, Sofía Federica, era casi un bebé; Rodolfo, tenía 31 años.

"La tragedia de Mayerling, la misteriosa muerte de Rodolfo de Habsburgo y de María Vetsera en el pabellón de caza el 20 de enero de 1889, es una triste fábula que impresionó durante un siglo a la fantasía popular, inspirando auténtica piedad y alimentando un culto heroico-sentimental por el suicidio de amor, sugiriendo novelas en tecnicolor e hipótesis de tenebrosas intrigas alentadas por la razón de estado."

El archiduque Rodolfo, heredero de Francisco José y del imperio austro-húngaro, murió junto a su amante de 18 años María. Fuera por amor o por imperativo de estado, su muerte acabó de alejar a Sissi de la corte austríaca. E hizo que substituyera sus alegres vestidos por otros de negro riguroso.

La guía nos contó que, paradójicamente, la emperatriz murió siendo adicta a la coca pues la consumía asíduamente por prescripción médica para tratar los contínuos vahíos que le hacían perder el conocimiento. A base de chutes, recuperaba el sentido.

"Las fotografías de Mayerling muestran un paisaje bonito y sereno, una campiña austríaca de vacaciones familiares, más acorde con la imagen paterna de Francisco José vestido de cazador que con la tormentosa tragedia. El emperador se enteró de aquella muerte por Caterina Schratt, la amiga en cuyo discreto y tranquilo afecto encontraba consolación de las inquietudes de la emperatriz Elisabeth. No hay que descartar que las horas pasadas por el emperador con la señora Schratt, que le preparaba café, fueran menos intensas que las pasiones del archiduque."

Francisco José escogió a Elisabeth. Quizás le cautivara su expontaneidad bávara o, simplemente, su belleza.
En las habitaciones privadas del emperador se conserva un retrato lascivo de la joven, donde se resaltan la herótica melena y la blancura de sus hombros.

Francisco José fue envejeciendo, así lo atestiguan los retratos oficiales. Pero ella permaneció inmutable pues se obligó a los artistas de la corte a que siempre la pintaran joven y hermosa.

Citas de: Claudio Magris. El Danubio. Barcelona: Anagrama, 1988. 375 pág.

lunes, 22 de septiembre de 2008

I love London!

Hoy hace un año exacto de nuestro fin de semana en Londres. Y por eso este homenaje, en forma de post, para rememorar aquellos tres maravillosos días.

M, K y T (una servidora) se apostaron la manera de meterse en un avión para llegar a Britania, no sin antes resolver el enigma de la "caca voladora", es decir: ¿dónde van a parar los desechos de un wc aéreo?




Meternos en un restaurante italiano, con más pinta de puticlub que otra cosa, y comernos el mejor tiramisú de nuestra vida, por la zona de London Bridge.
O ver por la calle una limusina rosa, ideal para Valmiki (personaje rolero de M).
Y, si me apuras, tomar un tentempie bien calentito en el self service subterráneo de una iglesia evangelista, en la plaza de Westminster.





Perseguir ardillas por Hyde Park.
Hacerse fotos con un soldado de caballería apostado en una garita, con más ganas de liarse a ballonetazos contra los turistas que Rambo en la selva birmana.
O hincharse de orgullo patrio al oir el pasodoble ¡Qué viva España! en el cambio de guardia de Buckingham Palace...




Todo esto y mucho más nos acaeció en apenas 72 horas. Un subidón de adrenalina brutal que permitió resistir los ataques de gas mostaza que M lanzaba inocentemente mientras dormía.
Para redondear la faena, y a pesar del retraso en nuestro vuelo de regreso y a las carreras por los pasillos del aeropuerto (gajes del oficio de pasajero del low cost), Barcinona nos recibió el 24 por la noche con fuegos artificiales. ¿Qué más se podía pedir?



Dedicated to M and K, with love.

jueves, 11 de septiembre de 2008

Carta para X

Hace mucho tiempo que no hablo contigo pero debo contarte una cosa. Y aunque lo nuestro quedó claro el último día que nos vimos, la necesidad de explicarte lo que sigue supera cualquier acuerdo tácito de silencio entre nosotros. Además, creo, y seguro que estarás de acuerdo, que con ésto todo queda zanjado de una vez por todas.
Lo que tengo que decirte se resume en dos palabras... Manolo García.

Pasados los años, los recuerdos vividos intensamente persisten en la memoria y, con un simple fraseo, afloran a borbotones, uno detrás de otro, haciéndose la competencia entre ellos para ver quál será el detonante de una sonrisa o, incluso, de una lágrima.
Y el pasado viernes, al saltar de mi boca de nuevo las letras de Arena en los bolsillos, mis borbotones consiguieron nublarme la vista al recordar los momentos sin tí. Porque ese disco está asociado a tu ausencia.

Porque cuando más te alejas
más triste me siento.



Un día te montaste en un avión rumbo a Estados Unidos, en principio de vacaciones, a visitar a un amigo, pero con la esperanza de, si tenías suerte, quedarte una larga temporada. Aún me acuerdo de las plumas de indio que te regalé y de la sonora carcajada que me regalaste por tamaña ocurrencia. "Como no sabes inglés, para que al menos te defiendas como un comanche, jau!!!", te dije.
Un beso y adiós.
A partir de aquel día me acostumbré a escuchar el disco de Manolo a diario, a cantar sus canciones mientras conducía camino del trabajo. Cada palabra, cada quiebro en la voz, cada silencio, se consagraban a tu persona como una plegaria pagana que persiguiera tu vuelta.

Si ahora pudiese estar mirando tus ojos
iba a estar escribiendo aquí esta canción.

El cassette del Punto echaba chispas pero resistía estoicamente tanto mis berridos como lo repetitivo de la música.
[¡Aaaay, el Punto!... si hubiera imaginado su triste final yo creo que hubiera sido más gamberro... practicó poco el carpe diem]
En fin, que una forma de no echarte mucho de menos era destrozar el lp y dedicarme a trabajos manuales (X, tu ya sabes que me refiero a lo de pintar macetas).



Un 21 de diciembre me dijiste: "Mañana estoy ahí", y el corazón, de vivir en el 13 rue del Percebe, empezó a dar volteretas de alegría, por aquello de verlas venir en movimiento; y antes de salirse del pecho, pergeñó la manera de salir a la superficie en forma de besos para celebrar tu regreso.
Tú, de todo esto, no tenías ni idea. Aquella navidad hablamos poco, entretenidos como estábamos en otros menesteres más provechosos. Pero MG nos siguió arropando y quedó pendiente asistir juntos a uno de sus conciertos.
Al final he ido yo sola a verle; quiero decir sin tí, porque el otro día me acompañaron dos mujeres extraordinarias que convirtieron el evento en algo mucho más emocionante.

Y al enfrentarme de nuevo a las canciones, a la despedida en el aeropuerto, al Punto surcando la autopista, al sol del mediodía que me llevaba contigo por tierras de Alaska, al concierto de Prince previo a tu llegada, al día de navidad del 98... al recobrar todo eso, lloré por el tiempo vivido y por cerrar una historia que casi había olvidado pero que seguía latente en los dobleces de mi alma.

Ahora sí te puedo decir adiós, ahora sí es para siempre.


viernes, 5 de septiembre de 2008

Antidisturbios


Está demostrado: me ponen los antidisturbios.

Para el segmento de población que aún no lo sabía, enterarse así, a bocajarro, puede haber constituido un shock, pero hay que asumirlo y reconocer que, en cierta forma, eso explica ciertos aspectos de mi comportamiento. Así, por ejemplo, en el caso de una manifestación de anarquistas italianos por el centro de Barcinona, lo más assenyat seria recogerse en un café y salir con mejor tiempo. Pero, en mi caso, es preferible vivir el enfrentamiento en primera fila, petrificados los ojos observando el desfile de tropecientos antidisturbios en formación de combate, anhelando ser aplastada en una melé de escudos.

El detonante de esta vulgar manía lo constituye siempre la furgona blindada. Su sola visión desencadena una serie de reacciones chispeantes en mi cabeza que me ponen en alerta amarilla ante cualquier posible incidente.


El referente del antidisturbios moderno es el caballero medieval, el que lucía armadura, casco y cimera en las contiendas caballerescas.
Como le pasa a la narradora de la historia de Italo Calvino, yo también me enamoré de la armadura brillante y reluciente del protagonista de El caballero inexistente, donde un envoltorio es capaz de encarnar la perfección masculina.
¡Y cómo resistirse!
Pues lo mismo me pasa a mí ahora: no necesito imaginarme un tío cachas debajo del traje, con el uniforme me basta y me sobra.
Ese cuerpo acolchado (con el chaleo antibalas) y el pantalón ajustado a la pierna, metido el bajo en las botas militares. Todo rematado con el pasamontañas y el casco (la cimera quedaría ridícula), el fusil y el escudo. La marcialidad en los movimientos acaba de rematar su imagen idealizada.

[aquí va un suspiro laaaargo y profundo]

Para los que se preocupan por mi salud, deciros que tranquilos: la medicación hace efecto. Y para los otros, preguntaros: ¿habeis visto al antidisturbios inexistente?

jueves, 28 de agosto de 2008

De cementerio

Pasearse por Viena y no acabar en el camposanto central es tener muy poco tiempo. Pero la mínima oportunidad hay que aprovecharla. Aunque, el día que fui yo, los músicos estaban en baja forma debido, sobre todo, al calor.
Un enjambre de turistas se peleaban por encontrar al más famoso e inmortalizarlo, aún más, con las digitales. Estoy convencida de que las musas y los ángeles que velan su descanso mantienen su languidez gracias al tedio que les producen los paparazzi, entre los que me debo incluir porque, si no, este post estaría huérfano de imágnes.
Pero lo que no saben estas esculturas románticas es que a mí me gustan así: cuanto más decadentes y melancólicas, mejor.




El Zentralfriedhof, inaugurado en 1874, posee una colección de damas afligidas que contrasta con la luminosidad celestial que desprende la Luegerkirche (1908-1910), iglesia del arquitecto Max Hegele. El contraste entre el bosque y el blanco de sus piedras la hace parecer irreal.


En su interior, todo de factura modernista, el éxtasis se hace materia y provoca en mi espíritu la necesidad imperiosa de fundir la targeta de memoria de la Panasonic haciendo fotos y más fotos, sin dejar de observar ni un centímetro de su obra.
En éstas estoy cuando un beato vienés se sienta a mi lado y me lanza una mirada desintegradora de fuego infernal que esquivo a lo Keanu Reeves, pero sin sotana. El ataque me obliga a rediseñar mi estrategia fotógrafa, escondiéndome tras las columnas, y con las gafas de sol puestas para evitar la ira de semejante dios.



"El señor Baumgartner mira a su alrededor, atiende a los ruidos, escudriña con la mirada la hojarasca imprecisa en la naciente aurora. Puede disparar a donde quiera, incluso entre las cruces y las coronas todavía frescas, pero procura no equivocarse, porque él es el responsable de ese sector del camposanto, más o menos una tercera parte -las otras dos son competencia de dos colegas suyos-, y él es quien debe responder de sus balas y de algún posible tiro errado que triturara una lamparilla perpetua o arañara a un ángel pensativo y vigilante sobre un sepulcro; si un par de horas más tarde, cuando se abriera el cementerio, los parientes encontraran la fotografía de su querido difunto agujereada como el sombrero en un western, o la lápida ensangrentada por un conejo silvestre cazado en un momento equivocado, sabrían a quién dirigir sus indignadas protestas. "No debe, pero puede ocurrir", repite varias veces serenamente."
Claudio Magris. El Danubio. Barcelona: Anagrama, 1989. 375 pág.


Es una pena pero, a la hora que yo llegué al cementario, los cazadores ya se habían retirado. Aunque no sería de extrañar que el beato vienés tuviera la escopeta escondida bajo el banco.