jueves, 25 de marzo de 2010

La amante peligrosa, al oeste del sol


“- Al sud de la frontera, a l’oest del sol –va dir.
- A l’oest del sol?
- Existeix, un lloc així –va fer. No has sentit parlar d’una malaltia que es diu hysteria siberiana?
- No.
- Ho vaig llegir en algun lloc fa molt temps. Potser quan feia primer o segon a l’institut. No recordo en quin llibre era, però el fet és que afecta els pagesos que viuen a Sibèria. Intenta imaginar-t’ho. Ets pagès i vius tot sol a la tundra siberiana. Cada dia llaures els camps. Fin son t’arriba la vista, no hi ha res. Al nord, l’horitzó, a l’est, l’horitzó, al sud, l’horitzó, a l’oest, l’horitzó. Res més. Cada matí, quan el sol s’alça per l’est, vas a treballar als camps. Quan el sol és ben amunt, descanses i dines. Quan es pon per l’oest, tornes a casa a dormir.
- No s’assembla gaire a la vida que fa el propietari d’un bar d’Aoyama.
- No, no gaire –va fer amb un somriure. Alesmores va inclinar el cap lleugerament-. Tanmateix, el cicle continua, any rere any.
- Però a Sibèria no llauren pas els camps, a l’hivern.
- A l’hivern descansen, és clar –va dir-. Es queden a casa i fan altres feines. Quan arriba la primavera, tornen a surtir als camps. Ets aquest pagès. Imagina-t’ho.
- Molt bé –vaig dir.
- I aleshores, un dia es mor alguna cosa dintre teu.
- Què vols dir?
Va fer que no amb el cap.
- No ho sé. Alguna cosa. Dia rere dia veus com el sol surt per l’est, travessa el cel i es pon per l’oest, però un bon dia alguna cosa es trenca a dintre teu i es mor. Deixes l’arada i, sense pensar en res, comences a caminar cap a l’oest. Cap a l’oest del sol. Continues caminant com un posseït, un dia rere l’altre, sense menjar ni beure, fins que caus a terra i et mors. Això és la hysteria siberiana.
Vaig intentar evocar la imatge d’un pagès siberià mor, estirat a terra de bocaterrosa.
- Però qué hi ha, a l’oest del sol? –li vaig preguntar.
Va tornar a fer que no amb el cap.
- No ho sé. Potser no hi ha res. O potser hi ha alguna cosa. Sigui com sigui, deu ser diferent del sud de la frontera.”




Haruki Murakami. L’amant perillosa: al sud de la frontera, a l’oest del sol. Barcelona: Empúries, 2003. 175 pág.

lunes, 15 de marzo de 2010

Canasta


Lista de lesionadas:
- Pilar, esguince de grado tres, dos semanas de baja (o más)
- Cristina, rotura del ligamento interior cruzado de la pierna derecha, seis meses de baja
- Leoncia, dislocación del hombro derecho, una semana en observación
- Carmencita, gripe, una semana de baja
- Pepita, gripe también, idéntico pronóstico

El miércoles pasado se tuvo que aplazar la partida por incomparecencia. Nunca nuestro equipo de canasta había sufrido un golpe tan duro y de un día para otro.
La yaya Marisca, nuestra mecenas incondicional, estaba muy compungida; y yo... yo estaba estresadísima recogiendo del suelo a todas las abuelas que patinaban sobre la nieve sin la equipación reglamentaria.


A la lista de bajas habría que añadir la relación de contusionadas de diferente índole (incluída la que escribe) que también sufrieron en carne propia los efectos de la nevada. Pero daría como resultado un post demasiado monótono a la par que extenso (y tampoco es cuestión de aburrir al personal).

Ahora que toda el agua acumulada ya se ha fundido y las goteras se precipitan aquí y allá con entusismo poco disimulado, habrá que hacer balance y decidir qué hacemos con la liga de canasta oficial de nuestro barrio.
Los kilos de escayola, los mocos sueltos y los quejíos dolorosos son algo harto difícil de compaginar con cartas marcadas, meriendas bajas en azúcar y dentaduras postizas.



¡Ya os contaré!

sábado, 6 de marzo de 2010

Dolor en piedra


En Bandah se agrietaron los ríos en el desagüe rocoso de la última pirámide.
Sin apenas emoción, la arena confundió nuestros pies haciéndoles creer en un atardecer de finales de agosto.
Torrentes de barro amasaron nuevos ídolos que, en el futuro, llegarían a ser de carne y paja, como espantapájaros horneados a fuego lento.

Y, sin más, lágrimas venidas de todos los rincones del país abrasaron nuestros rostros y cegaron para siempre el vergel de ecuaciones infinitas.
No supimos salvar la belleza.
Tan sólo los nenúfares, con su raíz de pura agua, se metabolizaron en flores del desierto, tostándose para el resto de sus días en tono Sahara.

Y, a pesar de todo, yo acabé exiliado aquí, por voluntad propia, y a cuenta de un desamor sacudido de pies a cabeza por celos gelatinosos, más propios de los humanos que de las máquinas tragaperras.
7-7-7
Tú siempre ganas.

Y llegue a olvidarme del mar pero no del oleaje que surcaba, entre estrellas, el despertar de sus aguamarinas. Y se me pasó el frío aunque el tacto de sus manos siguiera congelándome la parte del corazón rescatada del incendio.
Y ya no volvieron a surcar las líneas azules del cielo cientos de grullas cantoras; en su lugar, cuervos tornasolados, hologramas camuflados de negro reverendo, me recordaron a diario el dolor que aquella escueta mujer era capaz de destilar en cada palabra, en cada quejido del alma.

Sin ella vivo mejor.
Pero en ocasiones los espejismos me la devuelven mil veces más exuberante. Enredadera virtuosa encaramada a los pies del árbol del pecado.
¡Palabra de rey condenado!


Fotografía: Rocas volcánicas