domingo, 30 de enero de 2011

resaKa


Hoy bufa de norte, con un frío sabor a sal.
El mar no se ve pero está sobre nuestras cabezas, cayendo del cielo.
La herrumbre se comerá los dientes precisos del tiempo, allá por el campanario; mas no todavía.

Mi postal es en blanco y negro, en gris metalizado, por el barullo de los charcos sobre las aceras, por los rayos de las farolas equidistantes.
Mojado mi pelo y calada hasta los huesos, me resisto a dejar mi atalaya.
¡Qué lejos se perciben las gotas de lluvia!



Dulces acordes a guitarra, the cure aliviando las mortecinas horas de insomnio.
Todo parecía más fácil anoche, con el tibio sabor a menta de aquel beso fugaz sobre unos labios tintados en mora. O al menos mucho más frívolo.
Si aún fumara, el humo se consumiría en la lluvia con la misma rapidez que lo hacen mis recuerdos de ayer. Fogonazos de una realidad en la que acabo siendo una espectadora más.



Me gusta estar aquí arriba, con los ojos disminuidos de no dormir, con la cara más pálida de lo habitual, pero relajada y a gusto.
El eco de la pasada noche de fiesta se pierde por el horizonte grisáceo de la tormenta, entre nubes empapadas de luz.

sábado, 22 de enero de 2011

Has visto lo intenso del azul

Inventé un paraíso de tulipanes rosas y cielo azul, entre el verde de mi azotea…



… para esperarte, echada en la tierra, con mi vestidito de flores amarillas y el pelo ensortijado de guirnaldas mariposas…

… para musitarte versos nevados de invierno, cazados a rastrillo en las mansas horas sin luna…

… para oírte llegar, a pasos agigantados, entre el rumor de las hojas, apuntando yo al cielo y tú al rocío de unos ojos compartidos…


Y en el sueño de tu llegada, imagino la primavera, acalorada en las salvajes tulipas que la brisa radiante del viento acaricia…

… primavera monocorde, mecida a dúo entre piano y clarinete.

sábado, 15 de enero de 2011

Desastres naturales

En nuestra última reunión de tuper sex, Sondrina y Frangelico me incitaron a explicar lo que sigue.




Septiembre último. Festividad de la Merche. Tres días de fiesta.
Organizo las horas de canguro para asegurarme un fin de semana perfecto pero…

El viernes quedo con MAX [Macho Alfa “mucho-ruido-y-pocas-nueces” eXtrem] para cenar.
Por la mañana había estado cocinando mis platos estrella (sopa de boniato y calamares al curry): quería tener el trabajo hecho por si, al día siguiente, comíamos también juntos.
¡Qué nervios! Hacía tiempo que no me sentía tan excitada ante una cita.


Después de hacer de Simone Ortega por unas horas, me ducho y me arreglo (porque una empieza a tener una edad y las curvas fuera de sitio son casi mayoría).
Lencería a juego, laster azul brillante y casaca retro semitransparente en negro. Sin olvidar unos zapatos con plataforma y aguja. Todo a estrenar.

Llegamos al Asador de Aranda. Somos los únicos, la gente se ha ido de puente.
Cenamos de fábula, la conversación es burbujeante y mezclamos más de la cuenta. Al marcharnos, MAX me ayuda a bajar las escaleras (¡malditos zapatos nuevos!); y, para que no decaiga la chispa, abrimos otra de vino en mi casa.
Lo que sigue lo recuerdo a trompicones: él y yo en el sofá, chocando nuestras copas; arrumacos etílicos ligeros de ropa; agua hirviendo para tomarme una manzanilla; MAX tirado en la cama, insinuante, vestido hasta las cejas y yo desnuda por completo; un volcán en ebullición echando los primeros gases por mi boquita de piñón; yo susurrando, a cau d’orella de MAX, que no me agite de ese modo; y por último: “me voy guapa, échate a dormir, lo necesitas.”
Fin de la historia.
The End.



El sábado, sobre las 8, se produjo la deflagración. Lava y rocas metamórficas en el camino que va de la cama al lavabo. Sólo una víctima mortal, yo misma mismamente.
A partir de ahí, manzanilla por un tubo, más episodios eruptivos y una llamada al médico de urgencias.
Sobre la una oigo la respiración entrecortada del escalador que lucha contra el millón de escalones para llegar a mi casa. Le espero abocada sobre la barandilla haciendo presión sobre mi estómago y completamente borracha. Para mi desgracia poseo hectárea y media de Ribera del Duero, sarmientos incluidos, centrifugando alcohol en sangre.

No hay mal que un salminerizado suero de naranja no pueda curar, dice el doctor, y se fuga con mascarilla de oxígeno incrustada en su face.
Lo único que resta es humillarme ante MAX. Coger el teléfono, articular sonidos coherentes y cancelar nuestro encuentro de hoy por la tarde (quería llevarlo al concierto inaugural de la temporada de l’Auditori).
Explicarle que la gastritis crónica que dormía plácidamente en brazos de Morfeo, despertó toda airada y doliente, por tanto ataque injustificado a su persona.
Y preguntarle, para acallar mi vergüenza y enfrentarme a él de buen rollo, cómo había acabado desnuda entre sus brazos.
¡Ah, por ventura! Qué difícil es que una beoda se haga entender una gracia cuando el hombre no sabe de humores y te suelta, a boca de cañón: “no puede ser que no te acuerdes, no ibas tan mal.”

Arruinado el fin de semana no queda otra que fustigarme con el recuerdo de lo que pudo haber sido y no fue, con la pasta invertida en tal desastre, y con una cacerola llena de calamares en salsa (¡qué asco por Dios!).

[Cualquier parecido con la realidad no es pura ficción. Las coincidencias… ¿eso qué es lo que es?]

jueves, 6 de enero de 2011

La encuadernadora de libros prohibidos


“Y mi diversión me protegía, ya que a decir verdad me sentía algo incómoda por la situación a la que me enfrentaba. Para justificar mi rol de maestra encuadernadora en el obsceno submundo del comercio de libros, debía convencerme de estar dando forma de perla a la arena dentro de la ostra. Estaba convirtiendo algo horrendo en algo hermoso. Y, a veces, lo que era horrendo no me incomodaba ni me avergonzaba, sino que, de manera gentil o violenta, me confrontaba a mi propio horror, a mis entrañas ocultas por mi exterior duro e inmaculado y que tenía pocas ganas de confrontar. Mi educación y mis orígenes no me habían preparado para ciertas cosas, y me enfadaba tanto por mi ignorancia como por mi rápida adquisición de conocimiento, completamente contra mi voluntad y mis expectativas. Los libros me ilustraron sobre las extrañas especias y deliciosas frutas que yo no conocía, y leía palabras de amor pronunciadas por bocas afortunadas que habían probado sus jugos agridulces, palabras que me llevaban a los oscuros sótanos del pecado y me dejaban atormentada y confundida.”



Belinda Starling. La encuadernadora de libros prohibidos. Barcelona: RBA, 2010. 426 pág.