domingo, 30 de octubre de 2011

Dov'è l'acqua?



Desde lo más alto del Orologio busco una salida.
En línea recta sería un momento pero los tejados me lo van a poner difícil.
Que la idea de venir hasta aquí fue mía y solamente mía, eso puedo intuir en sus dorados reflejos y en esa impenetrable red de antenas y desniveles que han cerrado filas en torno a mi impertinente osadía.
Sin embargo, si pongo un pie aquí y el otro más allá y salto, y reboto y vuelvo a intentarlo un poco más lejos, a orillas del campanile trastabillado, ¿quieres decir que no lo alcanzaré?
Soy la chica de rojo, la que se dejó el abrigo en el hotel y no dudó ni un instante ante el paraguas cucaracha.
La vespa en estos casos es inútil; lo que mis pies no recorran, no existe, te lo digo yo.






Fotografía: Venezia, un soleado 14 de octubre

viernes, 21 de octubre de 2011

Los amigos del crimen perfecto


“… Durante muchos años me imaginaba que algún día me encontraría con el asesino de mi padre. Me obsesionó. Entre los catorce y los dieciocho años no pensaba en otra cosa. Me despertaba cada noche con la misma pesadilla. Para mí no era más que un nombre repetido a todas horas en casa, en voz baja, por los rincones: don Luis Álvarez, el “Escobajo”. No tenía rostro. Mi madre estaba aterrada de que a alguno de nosotros le sucediera algo parecido a lo que le pasó a mi padre, así que dejamos incluso de hablar de él. Pero él jamás se fue de allí. En los sueños tu suegro no era más que el espíritu del mal encarnado en un nombre. Me encontraba con él, yo con un arma en la mano y él delante, le decía, soy el hijo de Domiciano Hervás. Y él decía, no sé quien es ese Domiciano, déjame en paz. No se acordaba de nada. Ya has visto tú ahora que nadie se acuerda de nada de lo que ocurrió no hace ni siquiera diez años. Pero ahí tienes a mi madre, y como ella a muchas otras personas con el problema contrario: no pueden olvidar. Lo que no darían por olvidar. Les han robado la inocencia, y les hacen sentirse culpables. Es monstruoso. Mi madre ha pensado mil veces lo que hubiera ocurrido si mi padre no hubiese ido ese día a Madrid. No se habría encontrado con su amigo, y no habría pasado nada. Durante años soñaba cada noche con que me lo encontraba, pero jamás pensé que me tropezaría con él en la realidad. Para mí no era parte más que de una ficción siniestra. Y en sueños le decía quién era y lo que había hecho con mi padre, hasta tenerlo de rodillas pidiéndome perdón, pidiéndole perdón a mi madre, a mis hermanos, suplicando clemencia. Y al ir a disparar, me despertaba.”




Andrés Trapiello. Los amigos del crimen perfecto. Barcelona: Destino, 2003. 334 pág.