miércoles, 8 de diciembre de 2010

Natsuko


Encontré sus cartas.
Y la tarde viajó lejos, al amparo de aquel sauce llorón junto al puente de madera, para cobijar su pálida desdicha.

El kimono bordado con fugaces mariposas reposa en la tinta derramada.
El carmín de su beso dibuja insinuaciones en el ángulo de los trazos.
El polvo de arroz recrea su rostro sobre el papel, con la mata de pelo azabache brillando en el recuerdo de un sueño.

Pinto la grafía con las yemas, de una invisible pena, queriendo recobrar el aplomo suficiente para dejar de llorar, para que las gotas de rimel no tinten el blanco del tablero de ajedrez.
Y en esas sus ojos se rasgan aún más, suspiran el aroma del tiempo que ha pasado desde entonces.

La historia de esta niña de verano se escribe por columnas, de derecha a izquierda, y del final hacia su principio.
Cuando el samurai regresó para morir.
Cuando la espada sembró de rojo atardecer su aldea.
Cuando el calor quemaba de sudor sus noches.




Encontré sus cartas.
Ahora sólo resta leerlas…

2 comentarios:

German Buch dijo...

Al regresar a casa, me asalta el silencio de la estancia. Sobre la jofaina adornada con telas japonesas a doble cara, descansa el inconfundible y finísimo papel washi con trazos azules de tu puño y letra.
Abro el armario de tu estancia, saltando la música entre cañas de bambú. Más que una geisha, enseñando tu cultura, te transforma en tu espacio de okiva en una radiante seiyu, actriz de voz, dobladora de películas o traductora en radio de ese idioma entre un mundo de flores y sauces.
Cuando la inquietud quemaba mis horas de espera en la noche, encontré el calor de tus labios apagando la sed de mis labios.

Tara dijo...

German, gracias por tus palabras, complemento perfecto a los sentimientos versados en esas hojas de arroz...

poesía de tu puño y letra que embellece mi casa