miércoles, 18 de junio de 2008

El centímetro

No estamos en febrero ni tampoco en el mes de las novias. Así que, descartados los disfraces, ¿qué nos queda? ¡Las obras del metro!

Eso explicaría por qué mi vecina del 3º 1ª blandía una cinta métrica de modista ante las narices del ingeniero encargado de las obras, mientras le instaba a bajar al 1º 4ª empujándole amablemente por las escaleras para demostrarle que las juntas de expansión de su comedor (las que han aparecido al lado de la tele de plasma de 42 pulgadas) superan en tamaño y hermosura a las de la vecina en casi un cuarto de punto.

Cada vez que recuerdo la escena aún veo a una mujer transfigurada en Chus Lampreabe, con su bata de boatiné, las gafas de pasta y elucubrando en centímetros y más centímetros; frente a un Antonio Resines, sudando tinta bajo el casco de obra y moviendo nerviosamente sus extremidades superiores para hacerle ver que aquél no era un instrumento de medición apropiado.

- Que no señora, que no es eso. Lo que quiero que entienda es que ese metro no sirve para…
- Le advierto joven que las distancias en centímetros están normalizadas por organismos internacionales y no se han cambiado en años. Además, ya verá como tengo razón: la raja de la Felisa es más chica que la mía.

¿Y cómo era el objeto de deseo de ambos contrincantes? ¡Antediluviano!
Doña Chus tenía aquella cinta métrica de cuando estudiaba el método Martí de corte y confección, y se notaba que su vida había sido larga y muy dura. Aunque en sus tiempos mozos la beta brillaba, con los números y las rallitas pintados en negro, y con los remaches metálicos que parecían de oro bruñido, en la actualidad, lucía deshilachada en algunos tramos y con los centímetros casi borrados.

Pero esos detalles insignificantes no achicaban la vehemencia de mi vecina, convencida como estaba de que, en aquella ocasión, ella llevaba las de ganar.
Me crucé con la pareja en el rellano del primero sin hacerles muchas fiestas, pues no me apetecía participar en aquella lucha de titanes. Y antes de llegar a la puerta 4, la tal Felisa, ahuyentada por alguna cotorra, ya les esperaba en el quicio, con los brazos en jarra y cara de pocos amigos.

- ¡Ay, maja, qué bien! El señor del metro y yo venimos a ver tu raja…
- ¡Mi raja es mía, y se la enseño a quién a mí me da la gana!
- Mire señora, soy técnico del subterráneo y estoy comprobando las grietas aparecidas en el inmueble debidas a las detonaciones controladas que han realizado nuestros operarios para la realización del túnel de…
- ¡Joven, haga el favor de hablar en cristiano!. Felisa, hija, qué burra eres a veces. Tira pa’dentro y coge el metro de medir, porque yo traigo mi cinta de coser y al señor éste no le gusta porque dice que…

Y los tres se perdieron en las profundidades del 1º 4ª, mientras yo continué mi ascensión sin novedad.

Addenda: Del ingeniero Resines no hemos vuelto a tener noticias pero sí de sus muchachos: hace unos días se personaron dos, rasqueta y mortero en mano, para arreglar las rajas de la discordia. Pero nunca llueve a gusto de todos y seguro que mis vecinas ya preparan un nuevo golpe.

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