lunes, 17 de agosto de 2009

Memorias del agua

El otro día me contaron…

… cómo de una fuente, en aquel tiempo surtidor incesante de reflejos efervescentes, y ahora caminante ralentizado por culpa de un reloj de sol, brotaban perlas translúcidas con sabor a sal.
El ingeniero francés la instaló en el extremo más alejado, en la parte más sombría del jardín, para que su monótono sonido rompiera el equilibrio de las trepadoras.
Cuando llegaron el sol y su reloj, el artilugio metálico, petrificado por el paso de los años, se aplicó a la tarea más difícil de este mundo: engarzar, uno a uno, los fugaces segundos en una joya nunca vista.





Platón ha caído.
La alfombra amortiguó el derrumbe de la caverna sin perturbar el descanso de los que, con pereza, practican la siesta.
Seguían en riesgo de precipitación otros insignes filósofos, acostumbrados ya, por otro lado, a levantarse y sacudirse el vestido sin mayores quejas.
Beatriz observó la caída desde su atalaya privilegiada. Sentada en la ventana abierta, la que da al exterior, con las piernas colgando por fuera del gabinete.


Las escasas flores que se atreven a competir con las enredaderas, lo hacen en esplendor sin entender demasiado bien por qué la humedad que transpira la fuente les pesa tanto.
Y el sol, ¿por qué no hace su trabajo?
Alguien podría pensar que Chronos lo mantiene hipnotizado en una cinta de Moebius infinitamente adorado por el resto de cuerpos celestes atrapados en su propio giro.
Como el sol al tiempo, así siguen las enrojecidas corolas atadas al agua.



Cuando llega la lluvia, Beatriz deja todo y se concentra en el arte milenario de verla caer del cielo. El jardín se convierte entonces en la percusión arrítmica de un eco furioso, el de los truenos más allá del follaje.
La fuente, indefensa ante la abundancia, se desborda lujuriosa sin reparar en la inundación que provoca. El surtidor central, inalterable, sigue escupiendo ráfagas contra la precipitación.


Extasiada, alarga la mano hasta sentir el roce de las gotas. Podría sumarlas y no se descontaría, así de lentas le parecen al tacto.
Sobre la palma, unos cuantos diamantes ruedan saltarines. Exhala sobre ellos un ligero suspiro y vuelan, en fila india, hacia el verde mojado de una planta.
Repican sobre las hojas y se produce el mismo efecto que al romperse un collar de perlas. Cuando se detiene el estrépito, las perfectas gotas talladas brillan otra vez al unísono, como si nada hubiera ocurrido en aquella bochornosa tarde de julio.
Para cuando el suelo luce empapado, ella ya siente frío.
La humedad de la tormenta se le ha metido dentro como si un espíritu la poseyera para robarle la tibieza de su frágil porte.



Addenda: dos notas manuscritas recuperadas al azar del gabinete, esa misma jornada. Diálogo de sordos entre Beatriz y su profesor, el señor Owens.

Mi querida niña, dos puntos: Tiene usted la desagradable virtud de irritarme, de sulfurarme incluso, de enfurecerme. Punto y aparte.
Compadezco al desafortunado caballero que, bendecido por su santo padre, el barón, acceda a casarse con vos, pues se convertirá en el más triste, coma, enojoso, otra coma, malcarado, sigue otra coma, infausto y doloroso de los mortales.
Post scriptum: ¡Bájese ahora mismo de la ventana! ¿Es que no le han enseñado modales? ¡Qué será de usted, mi asilvestrada y salvaje niña!



Estimado y admirado profesor, dos puntos también: abusa usted en exceso de los calificativos. Punto. Se empeña en hacer traducciones literales del latín y su discurso se hace retórico, aburrido. Punto y aparte.
Recupere las lentes para sus miopes ojos y encamine sus siempre lustrosos pasos hacia la fuente, punto y coma; allí le espero, revoloteando entre las flores del humedal, coma, cual abeja embriagada en aromas.
Firmado, su fiel Beatriz. Punto y final.
Post data: ¡Y deje los maridos en manos de la diosa Fortuna!

2 comentarios:

Tara dijo...

Ya de vuelta por estos lares....

os recupero jardines, gotitas de precipitación y tiempos pasados, reminiscencias de mi último viaje, a la espera de poner en orden, tal como sigue, la maleta, los libros y las fotos traidas de tan intensa semana.

C. Chase dijo...

Lo siento, no puedo hacer eso.