sábado, 22 de noviembre de 2008

Me tocó

Lo normal en estos tiempos es que salgas del hospital peor de cómo entraste.
De hecho, en lo que llevamos esperando, ya sumamos tres cánceres. Y la perspectiva es que aquí no se acabe la cosa.
De hecho, hace tres semanas, cuando decidieron biopsiar parte de la sombra que aparecía en la mamografía, me repartieron todos los boletos para el sorteo de hoy.

Yo soy de talante más bien risueño y de fácil conformar pero hubiera preferido llevarme 1 kilo de euros a casa y no un trozo de pecho menos.


En fin, mientras el cirujano va alargando la espera y mi madre se entretiene contándome la historia de su tía Trinidad (que otro día ya compartiré)... mientras todo eso pasa, reconozco a lo lejos una cara relativamente familiar.

Sigo clavando los ojos en su semblante bien parecido y con carácter, y antes de levantar la mano para saludarla, agacho la cabeza y empiezo a buscar las gafas de sol en mi bolso, para ponérmelas ipso facto antes de que ella se percate de mi presencia y también asuma mi identidad.
El rostro pertenece a la enfermera jefe del turno de noche de la planta de quemados, donde estuvo ingresada mi bien amada y no poco reverenciada yaya Marisca.

Y esconderme, ¿para qué?
Lo cierto es que la yaya es de infame recuerdo para este hospital; se vivieron dos episodios extremadamente graves, por causas agenas a la propia ingresada, pero que forzaron su expulsión tajante y sin paliativos.
A raiz de esa expulsion, se conocieron Sondrina y la yaya Marisca.


El primer hecho se produjo el 29 de junio, día de la final de la Eurocopa.
En la habitación 717, a parte de la quemada, estaba toda su parentela y parte del extranjero, yo incluida.

Dos horas de fútbol enlatado en el televisor colgado de la pared y dos horas, más lo que luego se añadió, de celebración desmedida por los pasillos de la planta. Aquí se incluye también el lanzamiento de petardos y cohetes desde la ventana de la habitación.
No contentos con una sonora reprimenda por parte de la dirección del centro y una primera amenaza de expulsión, por el comportamiento incívico de sus acompañantes; al siguiente domingo, coincidiendo con la final de Wimbledon, los nietos Marisca organizaron una rave ilegal, que se fue de madre por la larga duración del partido.
Y sinó dime tu a mí cómo frenas a una banda de energúmenos (gran parte de ellos alcoholizados con bebida requisada de un camión de reparto trágicamente aparcado en el parking del hospital) durante más de ocho horas sin que la maltrecha reputación de la yaya salga mucho más perjudicada.

Debido a los parones por la lluvia, la rave acabó extendiéndose a las habitaciones contiguas más allá de las 10 de la noche. La explosión de júbilo no pudo sino forzar el desenlace de los acontecimientos. En menos de lo que tardan en montar un dispositivo de antidisturbios en Barcinona, la yaya estaba de patitas en la calle, llevada en volandas por familiares y amigos hasta la Partner de su yerno favorito. Yo, que seguía la comitiva un poco de lejos, tenía la sensación de que la yaya volava cual Aladina sobre las banderas rojo y gualda del toro hispánico...


¡¡Tara Mhéntal, consulta 2... Mhén-tal, consulta 2!!

2 comentarios:

ALOMA69 dijo...

Lo peor es la planta de las parturientas, es que la gente no tiene control, imposible intentar lactar a un recién nacido con los jolgorios que se montan allí.

!Menuda yaya tiene usted!

Saludo.

Tara dijo...

Y que lo diga!!!
tengo una yaya que no me la merezco, aunque también hay que reconocer que todo le pasa a ella.
en fin, qué le vamos a hacer!!