martes, 29 de julio de 2008

Retazos de amor, por Stanley Donen (III)

El otro día escuché la siguiente conversación:
- El matrimonio es muy saludable, señor. Dicen que los hombres casados viven mucho más que los solteros.
- Porque intentan sobrevivir a las esposas para ser nuevamente solteros.
- ¿No ha pensado nunca en casarse, señor?
- Una vez, confieso, que cometí ese error pero la joven se arrepintió en el último momento. Le estoy muy agradecido desde entonces.

No soy cotilla pero reconozco que puse la oreja con gran emoción -¡por fin una escena ingeniosa en esta peli!-, al descubrir a Fred Astaire renegando del matrimonio. Sí señores, Fred Astaire y su ayudante conversan en el camerino después de una actuación, en el musical Bodas Reales (Royal wedding, 1951). O sea que ese diálogo tiene casi 60 años. Y no es que no me guste la película (dirigida también por Donen), lo que pasa es que odio los musicales con todas mis fuerzas.

Pero eso, ahora, no viene al caso. Lo que nos interesa es el espinoso asunto del matrimonio. ¿Por qué será que en todas las comedias románticas, los protagonistas masculinos se resisten a pasar por el altar? Y que conste que, a veces, tienen buenas razones para hacerlo. Por ejemplo, en Dos en la carretera (Two for the road, 1967), Albert Finney le explica sus motivos a una inocente Audrey Hepburn que lo escucha con cara de: “habla, habla, por la boca muere el pez”.





Mark: Una de las cosas que me molesta de las mujeres es que intentan clasificarte, ponerte en un casillero. Y no se dan cuentan que a nosotros nos molesta que nos clasifiquen. No piensan más que en el matrimonio. Y yo no tengo la menor intención de casarme hasta dentro de 40 años. No es que tenga nada personal contra las mujeres. Son los contratos lo que no me gustan: las promesas de fidelidad y buena conducta. ¿Has estado con algún hombre?
Joanna: …
Mark: Lo suponía, siempre lo noto.
Joannna: Enhorabuena.
Mark: Estuve dos años en la Universidad de Chicago.
Joanna: ¿Estudiando psicología femenina?
Mark: En la escuela nocturna. Durante el día, arquitectura. Siempre creí que la mujer americana era diferente, que había echado abajo barreras e inhibiciones y que creía en el amor libre.
Joanna: ¿Y no?
Mark: Pues no, pues no. La mujer americana puede dársela de super moderna pero en esa cuestión piensa igual que su abuela. Quiere poseer a su marido como si fuera un trofeo. Y al que no le guste, que se vaya con la música a otra parte. Estoy hablando en general, naturalmente.
Joanna: Naturalmente. ¿Cómo se llamaba?
Mark: ¿Cómo dices?… Se llamaba Cathy Seligman ya que lo preguntas. Era pedante, ambiciosa, frívola, egoísta, materialista, cabezota y mal criada. Y yo estaba loco por ella. Afortunadamente para ti, nunca la conocerás. Ahora es la señora de Howard Maxwell Manchester, nada menos.



También suele justificarse Cary Grant. En Bésalas por mí (1957), con un panorama bélico en el horizonte y habiendo fracasado ya en un matrimonio, es fácil escurrir el bulto.




Winy: ¿Dónde vas a pronunciar esos discursos?
Crewson: No lo sé. Probablemente, a lo largo de la costa.
Winy: Magnífico. Así no volverás a alejarte del país.
Crewson: Sí.
Winy: Así reformaré mi apartamento.
Crewson: ¡Para el carro!
Winy: ¿Qué pasa?
Crewson: He notado en tu voz cierto matiz de buena ama de casa.
Winy: ¿Y eso te molesta?
Crewson: Pues molestar no es la palabra justa. Quizás sea demasiado para mí que en un mismo día quede fuera de combate y esté a punto de que me echen el lazo.
Winy: Crewson.
Crewson: ¿Qué?
Winy: Te quiero mucho.
Crewson: La única forma en que se debe querer a una persona, de otro modo no merece la pena. Yo también te quiero.
Winy: De acuerdo entonces.
Crewson: ¿De acuerdo en qué?
Winy: Cuando dos personas se quieren mucho acostumbran a pensar en algo, ¿no?
Crewson: Tú dirás.
Winy: Hacen planes, piensan en el matrimonio.
Crewson: Estoy dispuesto a pensar lo que quieras pero eso de casarse es harina de otro costal.
Winy: ¿Por qué no?
Crewson: Ya he estado casado, muchas gracias.
Winy: Lo comprendo, fuiste muy desgraciado.
Crewson: No sólo fui desgraciado yo sino que hice desgraciada a la parte contraria.
Winy: Tal vez todo sea distinto conmigo.
Crewson: ¿Qué te hace pensar eso?
Winy: ¿Qué me hace pensar eso?
Crewson: ¡Pertenezco a las fuerzas aeronavales de los Estados Unidos! ¡No conozco el miedo, jefe!
Winy:Voy a decirte una cosa Crewson.
Crewson: ¿Sí? ¿El qué?
Winy: Encuentro muy interesante esa filosofía tuya: no pensar en el futuro, no pensar en el pasado. ¡Muy interesante!
Crewson: ¿Verdad?
Winy: Y muy infantil. Pero tú ya no eres aviador. Ahora estás a salvo y es mejor que empieces a pensar como un ser humano. Y que empieces a vivir como un ser humano.
Crewson: En otras palabras: sea como sea, lo que te importa es atraparme.
Winy: ¡¿Cómo eres tan grosero conmigo?! Hace sólo unas horas que te conozco y he tirado a la cara de mi prometido el anillo.
Crewson: Creí que estabas rompiendo ese compromiso. No sabía que intentas hacer un cambio ventajoso.
Winy: ¡¡Imbécil!!

[un teléfono suena: ring, ring]

Winy: ¿Diga?… Sí, un momento… para ti.
Crewson: Espera, ¿quién es?
Winy: ¿Quién va a ser? El teléfono 6 de Cayo Gordo.
Crewson: ¡Apaga y vámonos!
Winy: ¿Qué te ocurre Crewson? ¿Te asunta también tu exmujer?



Pero donde queda realmente retratado es en Indiscreta (1958). Donen inventa una conversación entre él y el cuñado de la pobre Ingrid Bergman que no tiene desperdicio.

Cuñado: Mira, hay una cosa que me tiene muy intrigado. No me atrevía a preguntártelo por temor a que te ofendieras.
Phillip: Entonces más vale que no lo hagas.
Cuñado: Puede más la curiosidad.
Phillip: Está bien, pregunta.
Cuñado: Como te digo, es por curiosidad… ¿por qué finges ser un hombre casado no siéndolo?
[pausa dramática]
Phillip: ¿Cómo lo sabes?
Cuñado: La información de la NATO se hace a fondo.
Phillip: ¿Piensas decírselo a Ana?
Cuñado: No tengas miedo. ¿Por quién me tomas?
Phillip: En primer lugar por su cuñado.
Cuñado: Sí pero no soy su tutor. Comprenderás que no sería una cosa honorable.
Phillip: En ese caso, permite que te explique mis razones.
Cuñado: Creo que están bastante claras.
Phillip: No, no, no, no puedes entenderlo. Ven un momento, es una cuestión muy sencilla. Pongamos el caso corriente: un hombre conoce a una mujer, se siente atraído. La asedía, simpatizan y ella le corresponde. Insinúa el deseo de casarse y él dice: “¡No! ¡El matrimonio me asusta!” ¿Podrías admirar a ese hombre?
Cuñado: No, yo no. Pero sigue, sigue…
Phillip: No me interesa el matrimonio, pero tampoco quiero prescindir de las mujeres.
Cuñado: Sí, claro, lo comprendo.
Phillip: Puesto que no tengo la menor intención de casarme, creo que lo más correcto es hacérselo saber desde el principio.
Cuñado: ¿Antes de que se enamoren?
Phillip: Sí, naturalmente, antes. Lo contrario no estaría bien. ¿Y cómo se lo hago saber? Si digo: “No me casaré nunca”, ¿qué mujer cree que eso es verdad? Al contrario, es un desafío para ellas.
Cuñado: Entonces, ¿qué haces?
Phillip: Les digo que soy casado, aunque estoy tramitando el divorcio. Queda aclarada la situación y no puede haber ningún malentendido.
Cuñado: Sí, parece razonable.
Phillip: ¡Lo es, naturalmente!
Cuñado: Creo que en la NATO han equivocado tu puesto. Tiene que haber algún fallo en tu sistema, no acabo de saber qué es pero forzosamente tiene que haberlo.
Phillip: ¿Por qué tiene que haberlo?
Cuñado: Puedes equivocarte, crees que eres una excepción y la mayoría de los hombres se casan. Phillip: Yo no se lo reprocho.
Cuñado: Por lo menos eres tolerante.
Phillip: Lo único que pido es que respeten mi independencia.
Cuñado: ¿Eres contrario al matrimonio sólo para ti?
Phillip: Enemigo feroz. Y aunque te parezca mentira, quiero a Ana. La quiero como no había querido a ninguna mujer. Pero no me casaría aunque me amenazases con una pistola.
Cuñado: Aquí no tengo pistola. Además, un cuñado no debe mezclarse en eso. No somos de la misma sangre. En fin, vamos a casa.

Y después de tanta razón masculina… ¿por qué los hombres no son fieles a sus principios? ¿Por qué siempre acaban cediendo antes incluso que sus parejas? Yo creo más bien en la máxima que dice: Si no puedes con tu enemigo, únete a él.

6 comentarios:

Pipero dijo...

Y el caso es que las mujeres de Stanley Donen no son tan "de armas tomar" como las de George Cukor... (prototipo Katherine Hepburn que no la insulsa y sin embargo icónica Audrey)...
Las mujeres de Cukor sí que sabían cuadrar a un hombre!!

karmeta dijo...

No es por hacer de abogado del diablo (Por defender a mi Cary haría lo imposible), pero,es que, ¿alguien puede pensar que el matrimonio es la meta a la cual llegar, o la panacea a todos nuestros males personales, o la única forma de felicidad entre una pareja? Sólo hay que ver en "Dos en la carretera" en los desencuentros constantes que se producen durante toda la vida matrimonial de la pareja protagonista (pasada ya la etapa de enamoramiento idealista inicial).

Tara dijo...

Ambos dos teneis razón.
Las mujeres de Donen no son, en principio, "de armas tomar"; pero la facilidad aparente con la que pueden participar de una relación no implica inocencia absoluta. Las mujeres juegan pero con una condición (o al menos así es en las comedias románticas que más le funcionaron a Donen y que, de hecho, es lo que triunfaba entre el público de la época que visionaba sus películas): pasar por el altar. Quizás lo que vemos en sus películas sea un reflejo de su propia vida sentimental; o, al menos, es lo que a veces se dice cuando se habla de escritores: que escriben de aquello que conocen o han vivido.

Y Karmeta: el matrimonio no es la panacea. Pero en los 60 me imagino que pescar un marido formaba parte del ideal de sueño americano. Y mira que quedaba elegante una señora colgada del brazo de un caballero!!!

Las mujeres de Donen son más sibilinas que las de Cukor, quizás. Es como si dijeran: ya caerás, ya!!

ALOMA69 dijo...

DOS EN LA CARRETERA, mi preferida!!!

Abrazo!

Lunarroja dijo...

¿... porque son unos raros?
;-)

Tara dijo...

Sí que son raros, sí, querida LunaRoja. Pero también somos un poco particulares (o raras directamente?) las mujeres. El complemento perfecto para los hombres.
Bienvenida!!